En aquel pequeño cuento hacía yo mención a un hecho revelador. Una noche de regreso a casa, sin ton ni son recibí un feliz beso de los dulces labios de una joven desconocida. La alegría de esta muchacha, tras la declaración del amor de su vida, fue tan grande que su dicha no cabía dentro de ella. Así que se vio obligada a derramar su deleite por doquier, antes de morir atragantada por su propio placer.
Un lector amigo al leer aquel microcuento que al azar escribí un día, inspirado en la anécdota anterior, llevado por la envidia me llama por teléfono para que le diga qué hice yo entonces, para que a él ahora también le suceda lo mismo. Yo le comento que aquel breve texto, obra fue de un sueño, y que no me ocurrió realmente: Todo lo que escribo es verdad, pero no todo lo que cuento es objetivamente cierto.
Aquel beso que yo sublimé en aquel cuento, a pesar de los años transcurridos, tan fuerte lo sentí que su onírica experiencia se quedó impresa en lo más hondo del corazón de mi boca para el resto de mis días.
Y así se lo hice ver a mi amigo: Cuando escribo, sin yo quererlo, afloran a la superficie mis deseos, mis frustraciones, mis reprimidos instintos, mis sueños. Mi amigo, ajeno a estos pensamientos freudianos y liberadores, un tanto en broma me dijo: Vale, pues dile a ese tu singular Morfeo que me conceda a mí soñar lo mismo.
Y es ahora cuando viene a mi memoria trozos de aquel poema que un día Borges le dedicara a Viviana Aguilar, aquella joven que trabajaba en una librería cerca de la casa del escritor y de la que supuestamente Borges estaba enamorado:
En el alba dudosa tuve un sueño.Sé que en el sueño había muchas puertas…………Si supiera qué ha sido de aquel sueño
que he soñado, o que sueño haber soñado,
sabría todas las cosas.
Bellísimo, amigo. Gracias por compartir.
ResponderEliminarGenial Juan, un abrazo.
ResponderEliminarSoñamos paraísos de beldades.
ResponderEliminar