Cetrinas las farolas que me acompañaban cesaron de lucir el camino de mi regreso a casa. Siendo noche cerrada, las diez y media, sus jóvenes pechos saltaron alegres al aire de las mechas de su melena de seda. Y se encendieron de alegría las sombras de mi alma. Reales y felices también sus dos pechos saltarines a dos palmos de mis narices sorprendidas y embobadas.
No tenía más de veinte años. La noche no me impidió vislumbrar su juventud. De repente se abalanzó hacía mí en un abrazo inesperado. Me besó fuerte con sus labios en mi boca; y después me dijo: Perdona, acabo de conocer al amor de mi vida y desde ahora todo el mundo es bueno, te deseo suerte, mucha suerte, buenhombre.
Luego la muchacha siguió su camino saltando con sus dos pechos sonrientes al aire húmedo de la noche. Y yo sentí en mi corazón el latir amoroso de toda la tierra.
Cuando dos personas se aman las aguas de su placer acarician las playas del mundo entero.
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