martes, 28 de mayo de 2024

Spain is different


Mojácar a finales de la década de los setenta.

Frente al mar busco una piedra. Desisto. Todas aplanadas, limadas por las eternas olas, sin base alguna sobre la que poder sentarme. Lo hago a culo pelado sobre la arena. Estoy entre el mar y la montaña. Al mar lo llaman El Cantal. Y a la montañas, Mojácar. Este pueblo de inmaculada cal blanca esconde en sus entrañas sustratos de negra estampa: hambre, angustia y paro. Rastros morenos y curtidos por el sufrimiento, reclamo humillante de un turismo avasallador. Gentes que un día tuvieron que salir para Alemania y Francia en busca de trabajo. Y ahora de nuevo, a su regreso ven como aquellos mismos extranjeros son los campeadores de su añorada tierra natal. Desposeídos de sí mismos.

Mojácar, aldea embrujada y moruna, saludable y maldita. En ella guiris, allende de los mares, se sienten a gusto, parecen sus amos. Empinadas calles a lomo de un borrico. Cantidad de casas en ruinoso estado. Sus cimentaciones fallan por el salitre y la humedad de la montaña. Tiendas de suvenires, innumerables puestos regentados por los lugareños ofrecen al visitante llaveros, ceniceros abanicos y sombreros de paja… Todos estos objetos están marcados con el emblema del Indalo, amuleto que los nativos de esta tierra eligieron para protegerse de la enfermedad y de su mala suerte.

Llaman a este recodo de playa El Puntazo. Y al igual que el agua vierte fuera toda la porquería, plásticos y basura que el mar escupe sobre la arena, yo me dedico a escribir para sacar también de mí  lo que me recome por dentro. Levanto mi vista de este cuaderno de grafías sangrantes. Y junto a mí descubro a mi adorada Venus con sus dos senos felices frente a la brisa de la tarde. Abrazo a mi compañera y ambos nos sumergimos en el mar azul y bravo de la Mojácar negra, blanca y mora.


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