viernes, 19 de abril de 2024

Sol insolvente



El termómetro del Paseo marca cuarenta y tres grados. Son las tres y media de la tarde. El sol cae a plomo chorreando llamas inclementes sobre las aceras, los árboles, el agrietado gris de los toldos del hostal, sobre la chapa metálica de la perrera municipal… Las palomas sofocadas del parque no tienen agua. Ni un alma por la calle.

Un albañil da de comer a su hormigonera, tres capazos de arena y uno de cemento. Lleva atado a su cabeza un pañuelo empapado de sudor con cuatro nudos que le caen como clavos sobre las sienes. Amasa carretones de hormigón como un autómata para levantar el estrado sobre el que dentro dos meses un alcalde con pajarita, banda y bastón inaugurará el pabellón de la música de la ciudad. Y si este peón resiste es gracias a los cuatro litros de agua que junto con un bocadillo de anchoas y un huevo duro trajo en la fresquera. El torso desnudo, sus antebrazos de acero. Aceitosa su piel tiene el mismo ardor de fuego que el sol. Luego, a la noche, la luna le dejará ver en sueños, allá en el barrio pobre de Nowa Huta, a su hijo enfermo. El niño quedó en su Cracovia natal al cuidado de la madre. Viven del dinero que Vania les manda todos los meses.

Al rumano hace una hora lo han tenido que ingresar deshidratado en el hospital. Los sindicatos negocian jornada intensiva para los meses de julio y agosto. El jefe de la patronal no cede:
Siempre fue así. Siempre se trabajó de sol a sol. No me vengan ahora con esta jodienda de la deshidratación de maricas de tres al cuarto. Una golondrina no hace verano. Y si al tal Vania el calor le ha parado el corazón, ¿por qué no le reclaman al sol su indemnización? ¡No querrán ustedes explosionar las pirámides de Egipto porque un sillar dejara cojo al prisionero del pabellón 5d!
El alcalde, acompañado del director de la banda municipal, después de descorrer la cortinilla de la placa del pabellón de la música que da fe de la fecha y el nombre del corregidor, continúa con su perorata:
Aunque el sol escarpe miasmas encendidas sobre nuestras cabezas, nuestro ayuntamiento continuará construyendo cuantos pabellones de música sean necesarios para amainar las penas de sus ciudadanos.
Son las siete de la tarde. Estamos a mitad de julio. Un sol oblicuo y tozudo se ensaña sobre las caras de piel fina de aquellos que por obligación no han tenido más remedio que acudir al acto. De hecho, en este mismo momento, el alcalde instintivamente extiende la mano por su frente sudorosa. Y al instante, uno de sus acompañantes despliega diligente un paraguas sobre el ungido primer munícipe. Un alcalde cansino concluye su discurso:
Y para finalizar este cultural evento sólo me queda agradecer en nombre de nuestro pueblo la bendita muerte de todos aquellos que como Vania contribuyeron con sus vidas al embellecimiento de nuestra ciudad.
A esa misma hora, en el aeropuerto de Kraków Jana Pawła II desembarcan el cuerpo sin vida de Vania. Ni su esposa ni su hijo están allí. Hace tres meses la mujer se fue con otro hombre que le prometió salvar a su hijo enfermo. El chulo que puteó a esta mujer es el mismo patrón de la constructora del nuevo pabellón de la Música. El mundo es un pañuelo regado con el mismo sudor de los de siempre.

Nota final: El presidente de la patronal, el director de la banda de música y el alcalde son muy amigos. Todos los poderes del mundo se concentran en uno. Acabado el acto, los tres se dieron cita en la terraza del bar, frente al Ayuntamiento. Cómodamente yacen repantigados a la brisa de la tarde con un mojito entre sus manos. Un sol insolvente y lento desaparece cobarde entre las hojas tristes de las moreras de la Plaza.

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