miércoles, 10 de abril de 2024

El sádico de Grimm


 
Cuando leía tenía la virtud de reproducirse, de remplazarse por otras personas, animales, y... hasta mimetizarse en cosas distintas, (pero apetecibles), a su propia esencia, valores y creencias. Y más a gusto se encontraba ella con sus lecturas que con su vida misma. Las páginas de sus libros fueron siempre como ese espejo mágico en el que se reproducían y proyectaban todas sus ilusiones. Y en ellas la mujer libraba sus fracasos y contradicciones.

Cuando dejaba de leer se deshinchaba como un globo al que se le sale el aire. Y acababa derrotada por el suelo como birlocha sin alas, como esas sucias hojas arrojadas al contenedor de la basura. Dejaba de ser una flor, el sol o la luna, para convertirse en una ventana cerrada al paisaje, al aroma de los campos, tapiada a la dulce brisa de espigas y amapolas.

Y de nuevo regresaba rápida a sus lecturas para desatar esperanzada el nudo de su conyugal prisión, y verse así convertida en la propia Cenicienta de Jacob Grimm, rescatada por su apuesto príncipe libertador. Sus lecturas eran su añorada existencia, en ellas se adentraba libre a su conciencia.

Hasta que un día el carcelero real de su marido verdadero descubrió que su esposa se la pegaba con los protagonistas de sus novelas. Y cual celoso gavilán, el maldito hijastro de su esposo le sacó los ojos, dejándola ciega y analfabeta para el resto de sus días.

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