sábado, 13 de abril de 2024

El farol de la calle de la Erre


 

Contemplas el farol que a duras penas alumbra la noche fría, inundada por la niebla que a brochazos oscurece la entrada de la casa. Sientes la tibieza y su impotencia. La hipocresía de los estadistas del mundo con su boca diplomática dicen reconocer el estado palestino, mientras que con su pragmática boca siguen enviando bombas y granadas a Israel. Llueve sobre mojado.

El farol parece escapado de una triste procesión de Semana Santa. Pero no hay luna. Y, aun siendo abril, no estamos en primavera. No se oyen los repiques de tambores, pero escuchas los trepidantes golpeteos sobre las sienes de ortigas coronadas de la huerta, el maullar de los gatos entre las espinas de la zarzamora. Desfila entre los naranjos el paso del prendimiento de un pueblo, la carroza del Insumiso de Palestina, escoltada por los cofrades de la guerra. El farol relampaguea su dolor al ver pasar sangrantes a los penitentes que arrastran sus estómagos vacíos sobre sus hogares bombardeados.

Caras cubiertas por el velo del miedo asoman entre las cañas de la acequia. Y esta procesión no es santa, es injusta, la injusticia venerada y consentida por el resto del mundo. Sólo el atropellado puede conocer el atropello ajeno. Pero Europa y Estados Unidos viven altivos, ensimismados en la miseria de su triste opulencia. Y el Ángel de la Oración del Huerto no conforta al excluido de las bienaventuranzas, que suda sangre de inmortalidad falsamente prometida.

Esta noche bajo la tenue luz del farol de la casa de la calle de la Erre, con letra impostada escribes en vano. Haces mal, sientes vergüenza por acallar tu conciencia cruzigrameando palabras escritas a costa del genocidio de un pueblo.

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