jueves, 1 de febrero de 2024

Pasea el invierno su tristeza



  



Pasea el invierno esta tarde por la orilla de un mar apartado entre zarzales y escombros. El viento sopla fuerte. Y del mar salen volando palomas blancas de espuma, que se posan en los terruños y espinos de los barrancos de un monte bajo que linda con la bahía.

Pasea el invierno su tristeza, cabizbajo por el pedregal, cuando uno de esos trozos de bella espuma levanta su vuelo. Y viene a caer junto a un montón de ceniza. Instintivamente el invierno reanimado se dirige allá donde esta dulce pompa marina se ha detenido junto aquellos rastrojos quemados. Con sus manos ateridas el invierno quiere rescatar la esponja brillante de espuma blanca.

Y me acuerdo ahora del cambio brusco de aquel niño, mi niño, reflejado en una esfera de jabón. Tres años tendría. Mi madre, allá en el corral me lavaba de cintura para abajo. El agua hervía de pompas transparentes. Chisporroteaba yo alegre con mis pies el agua enjabonada. Una gran pompa se escapó del barreño. En su tenue cristal esférico se reflejaban los colores de la enredadera del patio, los geranios, el azul del cielo, la cara sonriente de mi madre... Con mi corta edad, en ese momento fui agraciado con la contemplación maravillosa de todo un mundo circular y mágico. Mi satisfacción fue enorme. Quise hacerme con aquella bola brillante, que como global dádiva me regalaba el agua. Alcé mis manos para hacerme con ella, saciar mi ilusión con la posesión de aquella estrella redonda y completa, de luces y brillo llena, llevármela a la boca, deleitarme con su jugo y su belleza. Y en ese preciso momento, que casi ya la tenía, al tocarla, se deshizo. No lloré, pero a pesar del mucho tiempo transcurrido, hoy su desaparición aún me duele.

Por eso esta tarde cuando he visto esta espuma vestida con los colores celestes del mar a la orilla de la playa, he corrido deprisa a decir al invierno: No se te ocurra tocar la belleza de esta bella cosa, si no quieres quedarte sin ella.

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