jueves, 15 de febrero de 2024

No es bueno soñar demasiado

 



Todas las mañanas al levantarme tiro los sueños al váter. Ni siquiera me paro a recordarlos, no vaya a ser que me arrepienta y el sueño se apodere de mí y me haga daño. Sueños que no se cumplen dejan un agujero grande en el bolsillo de mi pijama por donde se cae a pedazos el alma de mi sonajero. El vacío se apodera de mí hasta dejarme consumido en la nada. Los sueños huelen muy mal, me dan arcadas. El médico dice que no es bueno soñar demasiado. Me ha recetado unas pastillas para que los sueños no me hagan daño. Llevo ya dos años estupendamente. Ni ansiedades, ni reflujos. Pero anoche se me olvidó tomarme la pastilla. De nuevo he vuelto a soñar. Y de nuevo la frustración y el desconsuelo. Soñar es malo para la salud.

Tendría yo apenas dos años, no es que en edad tan temprana me acuerde de aquello. No necesito recordar las cosas que conmigo siempre llevo encima. A esa edad todos los niños se despiertan a media noche perseguidos por sueños horribles. Empapado de sudor, llanto y miedo corrí a la cama de mis padres. Oí que mi madre, buena entendedora, le decía a mi padre: No es nada, marido, a todos los niños de esa edad les pasa lo mismo. Están naciendo a la vida, están tomando conciencia de la realidad.

Yo por aquel entonces no entendía tales razonamientos, (hoy tampoco), por eso le dije a mi madre: sea como usted dice, pero yo no quiero soñar más. Mi madre me acarició la frente, y con su dulce mano limpió las lágrimas de fuego y pavor de mi cara: Hijo mío, es muy difícil vivir sin soñar. Somos fruto del árbol de un sueño, el árbol desaparece, se diluye en el sueño, pero nosotros afortunadamente seguimos vivos. Yo refunfuñando le dije: ¿y si a mi cama vuelve el monstruo del sueño?

Desde aquel día cada vez que me levanto, sigo el consejo de mi madre, lo primero que hago es ir al váter, arrojo mis sueños a la taza y tiro de la cadena. Pero esta mañana debido a unas obras en el embalse alto, el agua no corre por las tuberías, los sueños de la noche se han atascado sin llegar a disolverse delante de mis narices nauseabundas. Y todo mi cuerpo se ha puesto a temblar. También mi conciencia. Tampoco he podido acudir a la habitación de mis padres. Hace tiempo que murieron. No tengo a nadie a quien acudir. Sólo al médico aquel que me recetó un día las pastillas para combatir el sueño. 

El médico me habla ahora de un loco que vivía en su cuerpo las cuatro estaciones del año al mismo tiempo. Me cuenta que cogió un resfriado de muy señor mío y que de tanto trasiego climático se murió. Y resulta que, al hilo de las palabras que el doctor me cuenta, me siento fatal. Víctima soy de mi propio sueño. El doctor sólo ha tenido que firmar la hoja de mi defunción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario