jueves, 29 de febrero de 2024

Anatomía de un cuento triste



Armar el cuento acerca de un niño que no se siente querido por su madre. Esta madre debe ocuparse a tiempo completo de su otra hija parapléjica.

El pequeño, al sentirse solo y abandonado, intenta recuperar el amor de su madre.

El niño, algunas tardes, mientras su madre se afana en las tareas de la casa, saca en la silla de ruedas durante dos horas a su hermana al jardín que cae justo enfrente del edificio, un cuarto piso (?) donde vive la familia.

En el cuento nada se dirá del padre. Pero su ausencia debe ser notada por el lector, así como sentida por el niño que, además de solo y sin amigos, se siente inseguro, perdido y sin referencia paternal alguna. Dejar constancia en el cuento de las consecuencias drásticas de lo invisible (de lo que no se cuenta).

El niño, a quien podríamos llamar Amaro por su significación etimológica con la tristeza y la amargura, no ha visto la película de animación, Robot Dreams, pero se siente igual de triste que el perro Dog que, al no tener nadie con quien jugar, construye para sí un robot-amigo para compensar su triste soledad. El robot de nuestro niño Amaro podría ser la objetivada silla de ruedas de la hermana paralítica.

El sentirse Amaro rechazado por su madre de quien depende es caldo para un guiso amargo, un desenlace trágico difícil de digerir. El pequeño piensa que la madre y él, los dos están apenados por la carga de la hermana. Amaro se siente desquiciado doblemente. El dolor de la madre también es suyo. La hermana es el obstáculo que se interpone entre ambos. 

Se trata pues de inventarse una fechoría para acabar con tal incordio. Los movimientos compulsivos, los tics interminables de la hermana inválida que sacude sin parar la cabeza para los lados como el péndulo de un reloj desequilibrado, desquician al hermano. Los brazos desarbolados de la hija al aire como veletas ante un huracán, su saliva babeante, agrietan el corazón de la madre. Amaro no sabe si odia o adora a su hermana. Se agarra a su silla al igual que Dog a su robot.

El niño ayuda a la madre en el cuidado de la hermana. Su responsabilidad es más grande que su edad. Y en su cabeza se posa un pájaro puesto siempre a tiro. Piensa en un accidente fortuito cuyo autor sea el disparo del destino.

Una tarde, como de costumbre, Amaro pasea a su hermana por el parque. Un patinete eléctrico choca de frente con la silla de ruedas tras la cual el hermano lleva a su hermana. La hermana sale despedida, y su cabeza viene a esclafarse contra el poste de un semáforo en ámbar. Nunca sabremos si el hermano se alegró de que su hermana muriese de forma tan inesperada.

El lector al finalizar el cuento no ha de saber quién ha sido el autor material de la muerte de la parapléjica. Tampoco la voluntad de Amaro puso de su parte para que no ocurriese tal accidente. Nadie ha de saber nada de los motivos causales de tan funesto desenlace. El destino a veces se toma la justicia por su mano.

Al final del cuento el hijo no ve en los ojos de lágrimas de la madre acusación alguna contra él. El dolor de la madre es tan grande que ocupa todo su ser. No tiene tiempo ni lugar para otra cosa que no sea llorar la muerte de su hija. 

Amaro, como en la película de Pablo Berger, tampoco recuperará el amor de su madre. Sigue sintiéndose solo y desamparado. Un robot nunca es la solución. Tarde o temprano termina oxidado junto a las aguas de una playa olvidada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario