martes, 14 de noviembre de 2023
Carrera de galgos a la española
Mañana, miércoles, 15 de noviembre. A punto de iniciarse la tan cacareada carrera, convocada por la sociedad protectora de la especie sin especificar. Ya desde la madrugada, la gran avenida por la que discurrirá la competición, a rebosar hasta la bandera. Todos en la ciudad están convencidos, (unos y otros, ganen o pierdan), que el triunfador será el perro aquel por el que previamente han apostado. Los dos galgos (uno de casta galaica y el otro castizo de raza capitalina), concentrados en sus jaulas suplican a lágrima viva al dios de los perros, su particular galardón: el hueso a roer de un pueblo volcado en la gran competición galguera.
Encontrarme con un perro siempre fue para mí señal de peligro. Pero en este día en el que dos espigados galgos arrodillados están delante del altar mayor de la catedral canina, creo que, además de peligrosos, los perros son también pecadores y embusteros como el resto de los mortales. Y si no ¿a qué vienen los ojos entornados y cabizbajos de este par de canes no queriendo reconocer sus desmentidos y desmadres, sus noches orgásmicas y lascivas sobre parajes oscuros de casas de lenocinios encendidas, sus espurios comportamientos, sus malas compañías con otros perros traidores y vende-patrias? La compostura sumisa, la cabeza gacha y el rabo entre las patas de estos dos galgos en capilla son la prueba suficiente de su mala conciencia.
La meta de la carrera se encuentra en la misma plaza donde se halla la sede de la Comunidad de la capital del reino, frente a la fonda de los leguleyos. La mesonera del local ha dispuesto colgar en la misma fachada de su establecimiento una pantalla gigante para que sus clientes vean la llegada al Olimpo del nuevo campeón. A ella sinceramente tampoco le va mucho esto de la carrera de galgos. A ella lo que le importa es su negocio. Lo de instalar la gran pantalla en la puerta de su casa es tan sólo un reclamo más para sus intereses particulares.
Yo particularmente no sé cómo finalizará la contienda entre el galgo azul o el otro galgo. Yo ya hice mi apuesta por el gallo rojo. Soy alérgico a las asonadas, los vítores y las palmas. Me quedo pues en casa. Pero sin desentenderme de la res pública. Y echo mano al cuento aquel en el que unos muchachos competitivos juegan una partida de ajedrez. El perdedor, no contento con su suerte, se levanta cabreado de la mesa haciendo volar por los aires el tablero, los reyes, las torres y los peones.., dando así por terminada la partida. A río revuelto ganancia de perdedores.
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