jueves, 3 de agosto de 2023

La calor


 
Cuando como a una pasa la calor me acartona y me aplasta, cojo el abanico de esta libreta y me hago aire sobre la quemazón inclemente de un sol en plancha. Acuno palabras de vapor de agua sobre mi piel crispada.

Hay quienes cuando les pica el culo se rascan; a mí cuando me suda el alma, juego a los naipes colocando en fila palabras desbaratadas sobre la mesa de mi mal oficio.

Fiel a mi horóscopo de libra básico y adaptativo yo siempre me amoldé sin resistencia alguna al plan salvífico que la naturaleza me ofrece a través de la rotativa inclemente y loca de su cambio climático.

Cuando Hobbes me embiste con la inhumanidad de sus perros filosóficos, intranspirantes, o cuando como ahora la calor infernal atenaza mis dedos y estrangula mi mollera, los renglones de este cuaderno, bien deberían como barras de hielo refrescar de mi sudor su llama, ser vascular asiento, defensor de desesperanzas, descalabros, desencuentros… y de todo aquello que principie con des, como violencia de género, mujeres asesinadas, come mierdas y otros pectorosos y barbados pactos.

La noche pasada fue horrible, la calor insoportable. Imposible los sueños. Por mucho que yo ahora escriba que el fresco sopla cual vaso de horchata helada por mi garganta de sudor reseca, el termómetro hoy no bajará de los cuarenta. No todo lo que uno escribe es verdad, que el quod scripsi, scripsi del Prefecto Pilatos no ha de cumplirse por narices imperiales. Y es que, como decía también Ovidio, otro romano, (y Nasón por más señas): de las palabras escritas con las calores del estío no han de nacer las violetas. ¡Y más, con estos sudores de tinta que aprietan y me tienen cogida la sesera por los huevos!

Hoy, por más que me empeño, las pocas letras que de mí salen, se derriten como cera. La canícula salvaje de esta tarde tropical las convierte al momento en ceniza y humo. Fuego fundido rezuman las treintaitrés iletradas vértebras de mi cerebro-espinazo, negándome las mieles del arte literario.

Las tórridas temperaturas no siempre fueron propicias para la escritura. Dios hizo la calor, no para escritores y poetas, sino para las furtivas culebras roedoras de aquella cándida cierva de la que se enamorara Francesco Petrarca.

1 comentario:

  1. No desesperes, ya sabes que no hay mal que cien años dure...ni cuerpo que lo resista. Feliz verano. sobreviviremos!

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