Hoy, al levantarme, todos los elementos que mis ojos miran tienen el mismo color repugnante.
El rutinario e indefinido clarear del alba, el gallo con su despertar desesperante, la humedad enmudecida de las patatas enterradas, el cañizo de la valla, ennegrecido por los años, la higuera sin higos, los cipreses en vela en medio de un mar sin agua, parcela cuarteada y reseca, habitáculo de mi casa de capa caída y en venta. La monotonía aburrida de un viejo amanecer frente a mi seguridad en tabla y cuestionada.
Los días se suceden unos detrás de otros, como esta procesonaria del pino que se pasea a rastras delante de mis pies sin rumbo. Cada gusano es distinto, pero todos me resultan tediosos en su peregrinar impersonal, caótico y ciego. Es como si el capataz, el manigero de la finca de mi vida me mandara coger la aceituna antes de mostrar el olivo la flor de su fruto. O como si este mismo mayoral invisible de peonadas ajenas ordenara a la tarde que sustituyera a la mañana. No sabría pintar la tarde cansada alba tan desmejorada.
Las hojas del laurel de la entrada, en lugar de rezumar rocío, escupen el gris morado que los insectos dejan en su escapada. Debo estar loco viendo cómo amanece espléndido el día y sin embargo me siento como un lepidóptero más de esta cadena de orugas en procesión, humillado, abducido y suplicante.
Contemplo la ordinariez rutinaria y sin rumbo de esta ristra de gusanos, y me veo a mí mismo crucificado, parsimonioso y rastrero como otro miembro más de esta venenosa cadena. Las poleas del ciclo chirriante de las horas calurosas de este verano me adormecen privándome del brillo de las uvas que cuelgan danzantes y cebadoras de avispas y de hormigas. Quemo este tiempo de pasión y procesiones pausadamente cara al sol de un órdine nuovo que se avecina, épico de reconquistas y asedios numantinos. Tiempos de pesimismos bajo el calor estridente y tórrido de un estío de chicharras y culebras.
En este acontecer vertiginoso de los hechos, los acontecimientos se pisan, se empujan anulándose unos a otros como los eslabones de esta procesionaria del pino que, según cuenta Luis Martín Santos en "Tiempos de silencio", cuando te toca, pincha como una ortiga y levanta habones en la piel.
Nada de lo que este río de la vida arrastra tiene consistencia alguna. Paso tan deprisa de la noticia del descuartizamiento en Thailandia de un cirujano, al acribillamiento de un candidato a la presidencia allá en Ecuador. No me da tiempo a detenerme siquiera en este amanecer venturoso con el que la huerta quiere sorprenderme esta mañana.
De nuevo he de darle la razón a Virgilio. Fugit irreparabile tempus.
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