sábado, 10 de junio de 2023

El bastidor de Penélope


 

Sentada estás frente al corazón menopaúsico de la noche. Tienes mucho calor. Y sientes frío. Las mantas de la cama no abrigan las varices sombrías de tu deshilvanada y tiesa carne.

Tu barca sin su mástil se quedó varada. Estás sola. Sola, porque así lo desea tu naturaleza estéril. El sol se desparrama en flores y capullos a través de la ventana atravesada por tu vista indiferente. 

Odias a tu Odiseo y a la gente. La quietud de la dulce mecedora no balancea tu cuerpo inquieto, indolente. La chimenea no arde. Tu despensa está vacía. Aquellas rajas de olivera que florecían en invierno, sonrojando las mejillas de tu juventud veraniega, apagaron ya su llama. Lloras en silencio seco tejiendo en vano tu esperanza trasnochada. 

Los mares de peces del ayer mutilado, hoy son estanque seco, caladero de penes muertos. No te mata la muerte, eres tú la que te mueres poco a poco. La puerta de pino viejo que da acceso a tu camarote, también está cerrada. Dentro todo está donde estaba. Pero tú estás fuera y prisionera. Eres prisionera en tu propia casa. Mustia rosa, en medio de un jardín de margaritas blancas.

Sobre el asiento de la silla baja, el bastidor desesperado, tal como lo dejaste aquella tarde enamorada de bordados de colores cálidos y ensoñadores en la que le dijiste que sí a tu hercúleo Ulises. La sombrilla, tras la puerta se desespera. No hay senderos de romero al trote azul de tus idas y venidas. No duermes y tampoco estás despierta. Miras la cortina arrepentida de tu castidad baldía, y te sientes triste y rota en las cenefas alicaídas de sus colgaduras. 

El vacío de tu interior es uña y diente para tu cuerpo que no entiende, que no atina a tejer lo que tú quieres. ¿Por qué te sientan tan mal, mujer-Penélope, las alegrías en medio de una noche clara?

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