lunes, 15 de mayo de 2023

La otra cara del amor


Son las tres de la madrugada. Tienes setenta y cuatro años. Antes de acostarte, de pie delante de la ventana, te deleitas contemplando absorta un cielo lleno de estrellas y te reprochas: Chica, tú ya no tienes edad para estos bobos encantamientos. Y te acuerdas del mirar vago y distraído de aquella joven atortolada que no atinaba a nada porque todo su cuerpo y alma andaban entre-tenido, enajenado en la contemplación única y exclusiva del objeto de tu deseo: un hermoso joven del que estabas enamorada hasta las trancas. Repleta estabas de estrógenos. Tu corazón no te cabía en el pecho.

El amor cambia de nombre según las distintas edades de la vida. Y hasta en épocas no tan tardías, era sólo una gavilla de intereses materiales: tener hijos, brazos, prole para recoger la cosecha, cultivar la hacienda, mujer para la agricultura, hijos que nacían con un pan debajo del sobaco. Había que tenerlos cuanto ante, antes de que la oliva se malgastara en el árbol, o los racimos se pudrieran en la cepa.

Ciego fue el amor en tu juventud. Hormonas en ebullición desataban tu pasión a todas horas. Hoy, transcurrido el tiempo, el amor es otra cosa, te muestra más bien su piedad y ternura. Sana compasión, mutuo cubrimiento de necesidades ineludibles, no gananciales, generosidad, compañía, vacuna contra la soledad. ¿Egoísmo? No lo sé. A estas alturas de tu vida consideras que el amor es que tu marido te rasque donde tus manos no llegan, o que tú le ayudes ir al baño y lo limpies de arriba abajo porque se ha cagado encima sin darse cuenta. El amor cambia de color a través de los años de nuestra mortal bilogía.

El amor de tu juventud no tenía nada de práctico. Y de ahí su bendita locura, desinterés y gozo eterno. Despreocupados del tiempo. Teníais en la sartén un par de huevos a freír. Acabó toda la cocina chamuscada de humo y, vuestro beso de fuego, interrumpido. Menos mal que los vecinos llamaron a los bomberos.

 

1 comentario: