miércoles, 10 de mayo de 2023
Santo patrón
Una mañana bien temprano, sin que ningún feligrés se percatara de su escurridiza y venerable figura, el cura del pueblo salió de la casa parroquial camino de la iglesia. Este pueblo tiene como patrón al apóstol Santiago. Según cuenta la leyenda, santo tan batallador y ecuestre se apareció en la batalla de Clavijo, ayudando a los cristianos a descuartizar a diestro y siniestro a moros y judíos impenitentes que se resistían a ser reconquistados. Pues bien, la imagen de ese ínclito, omnipresente, discutido y errante colonizador evangélico era venerada con gran devoción y desmesurada fe por todos los habitantes de esta pequeña villa de los campos de Iberia. Por muy difícil que parezca, el único que disentía de la ideología del santo era el cura del pueblo.
La talla entronada del patrón reflejaba la divina furia en pro de una España unida en el destino universal contra herejes y apestados. En su mano derecha el santo blandía una brillante espada untada por el rojo de la sangre de tanto morisco escabechado. No contento el escultor en reflejar la santa ira, tanto en el rostro como en su tizona reluciente de sangre apóstata, labró además con todo detalle de su profesión escultórica el rostro en tierra rendido de un beréber apóstata. Desde su inmaculado caballo blanco el calcañar sacrosanto de Santiago aplastaba el cuello de su derrotado enemigo que suplicaba perdón y clemencia con ojos dilatados. El doblegado hereje sacaba su lengua sanguinolenta dando el último suspiro tras el linchamiento por el apóstol fiel a las ordenanzas de Dios: hacer de España, Una, Grande y Libre. Huevos como los de este santo patrón, gallina alguna por muy americana que fuese, jamás en su vida pondría. Hasta es así, que los turistas al entrar en la iglesia y extrañarse de ver el pavimento roto del templo, el sacristán se apresuraba a decir: se le cayó un huevo al santo, y tanto era su peso en oro que rompió la losa del altar mayor.
Por todo esto y mucho más, el párroco de este pueblo, fiel también a sus creencias posconciliares muy en boga durante aquellos años de renovación litúrgica, una mañana temprano, sin que ningún feligrés se percatara de ello, se encaramó al camarín de nuestro señor Santiago, y le quitó la espada al santo para que dejara ya de una puñetera vez de avasallar a todo aquel que no creyera como él creía. Y es que un santo patrón con tanta fe, como dice Carlos Onetti, es más peligroso que una bestia con hambre.
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Muy bueno, amigo Juan
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