jueves, 2 de marzo de 2023

Dentro del sótano



Me he quedado encerrado dentro del sótano. Bajé a dormir la siesta en un camastro en el que acostumbro a retirarme, sobre todo en esas tardes tórridas del verano, al frescor de sus paredes recias. Me despierto y me dirijo a la puerta. Compruebo que no se abre. Encasquillado quedó el pestillo. Estoy solo en la casa. De nada serviría gritar para que alguien venga y me ayude a salir. Simplemente con darle la vuelta a la llave que me dejé puesta por fuera…

Procuro no ponerme nervioso. Vuelvo de nuevo al catre. Boca arriba, pongo las palmas de mis manos sobre el vientre. Respiro profundamente hasta notar mi barriga subir y bajar pausadamente; se hincha y se deshincha como un globo. Permanezco así un buen rato, flotando, distraído.

Luego, me levanto. Ojeo algunos libros de la estantería arrinconada. El péndulo, El Resplandor. Varias botellas de vino yacen con su inclinación debida en los correspondientes casilleros cubiertos de telarañas y polvo. En estos momentos ni la lectura ni el alcohol me librarían de este enclaustramiento. Miro el cuadrado de luz que entra por el pequeño ventano que da a un descampado. Está muy alto, casi pegado al techo. Imposible llegar hasta él. Si fuera verdad que Dios existe y que está en todas partes, tal vez él me oyera y viniera a socorrerme. Pero no quiero poner a prueba a Dios, tampoco a la fe que no tengo. Mis ganas por escapar de esta bodega son enormes… Recuerdo que alguien un día me dijo: Basta con que desees confiado y con fuerza una cosa, para que se haga realidad. Nunca creí tampoco en promesas sin fundamento. Pero cuando uno se ve perdido -decía mi abuela-, se agarra a los enlucidos.

Intento tomar distancia de este casual incidente. Sólo me queda esperar. La ignorancia feliz de la esperanza. La esperanza, último recurso cuando la nada es nuestro destino… ¿de qué me valdría?

De nuevo me tumbo en el catre. A mi lado, encima de la silla, Albertina de Proust me tienta. Cojo el libro. Da la casualidad que lo abro por esa página en la que su autor dice: Cada uno de nosotros no es uno, sino que contiene numerosas personas. Cierro el libro y procuro poner cara a esa otra persona que, siendo yo mismo, me ayudaría a salir de este laberinto. Y me viene a la cabeza la mujer de la limpieza, esa señora dulce y dispuesta que cada tres días viene a fregar la escalera que conduce al sótano. Lázaro resucitado.

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