Lo dejas todo y, junto al perro en el portal de la entrada de la casa, te sientas bajo el alero del porche. Los dos, ensimismados, quietos, inconmovibles, veis la tenue lluvia acariciando el gris brumoso de la mañana. ¡Ojalá siga lloviendo tan plácidamente durante todo lo que queda del tiempo! Este remojón sereno cae de maravilla sobre los naranjos. El agua limpia y serena desplaza serpetas y pulgones de las hojas ensombrecidas del laurel. El olivo ataviado de perlas transparentes, ofrece alegre su armisticio florecido. Cuatro merlas, joviales, ligeras, risueñas descienden de la cruz de la morera. No les importa mojarse. Rebuscan entre la hierba, la tierra mojada, lombrices y caracoles. Picotean las cuatro en pandilla sin disputas, se reparten el festivo festín de lo que encuentran. El perro y tú, acurrucados y familiares, seguís viendo y oyendo el agua, como si fuera la primera vez. El vierge, le vivace et le bel aujourdui de Mallarmé. ¿Qué tendrá el alma de esta lluvia, cuando animales tan inquietos como el perro y tú permanecéis en paz, embelesados?
Ha pasado un año, lo que queda del tiempo, vuelves a leer esta esquela, pero sus palabras escritas, al contrario que ayer, no te dicen nada. Hoy no llueve, hace un frío que pela, la guerra de Ucrania continúa. Chomsky miente.
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