martes, 24 de enero de 2023

Vecina pato


 
Esta mañana he visto al pato cómo se bañaba alegre en la pequeña balsa de riego de mi casa de campo. Quizá haya sido una indecencia comparar a mi vecina con este ganso que un día de tormentas se refugió en los corrales de mi imaginación. Los pensamientos son ladrones que, sin previo aviso se adentran en mi cabeza. Así pues, no he podido evitar confundir al pato con la pobre de mi vecina, que por cierto no debería llamarla pobre, porque la mujer es hermosa a rabiar.

El pato, después de chapotear dichoso en el agua, ha salido y se ha puesto a blandir sus bellas alas enfrente del limonero donde ya empiezan a florear las matas de las habas. Y he visto en la curvatura estilizada del pato el cuerpo límpido de mi vecina, cuando por las tardes se engalana, sacude el pelo y se perfuma ante la esperada visita caldeada de la tarde. Repito, quizá sea una falta de respeto, una incongruencia de mal gusto, asemejar una persona con un animal. Pero lejos de ser una ofensa tal comparación, para mí ha sido una revelación feliz. Cualquier ser de la naturaleza tiene la virtud de manifestarse ante nuestra mirada como una verdadera obra de arte.

Y mientras yo me entretenía gozoso confundiendo el pato con mi vecina, me vino a la mente aquel hombre del cuento que, después de morirse, se convirtió en pájaro para poder así cantar eternamente el nombre de la mujer que amó durante su vida.

Yo también daría mi aliento por seguir siendo, después muerto, el dulce azahar del limonero en las narices de esta bella mujer, mi vecina, para que me aspirara, y por siempre me amara. Me adentraría en su corazón, y con el aroma de mi voz en el folio en blanco de su alma, le escribiría: te quiero.

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