martes, 13 de diciembre de 2022

Morelos es otra cosa


 

Alquilamos un taxi para llegar a Puerto Morelos. Recorremos este villorrio: casas, unas, apelotonadas; otras, esturreadas, chabolas de madera, puestos de recogida de chatarra, carritos de comida para llevar, tres iglesias pentecostales, chozas y corralitos, una iglesia católica con un Santiago apóstol sentado, el corazón de Jesús, san José, la Virgen de Fátima y una cruz de la Santa Misión de los Padres Pasionistas de marzo de 1998. Veo salir a dos hombres. Les pregunto si podemos entrar: 
Aquí no viene nadie, el polvo se come los bancos. 
De pronto me entra una diarrea incontenible. En un bote hago mis necesidades. Se vende masa durante todo el día. Comida para llevar. Tortillería. Se compra aluminio viejo. Gallinas sueltas merodean por los alrededores. Un viejo Chevrolet con matrícula USA, apantanado como un cocodrilo en un mangle me evoca y sugiere contradicción, ocaso, junto a un tendido de ropa de colores puesta a secar en un día en que la tormenta se enfurece contra el artesonado del templo donde nos ponemos a cubierto. 

El taxista se llama Carlos Guillén. Su cabeza es grande, redonda. Negra su pelambrera, recortada, equidistante a su cuero cabelludo. Más que taxista, parece un gorila de discoteca. Viejo camionero, de barriga feliz. El cuello hundido en donde empieza su espalda. Su piel, rojiza. Brazos abultados, al llegar a sus muñecas se estrechan como morcillas cosidas por hilos. Espalda ancha. De molinero, de costalero de semana santa. Pelos escasos, a rodales arrancan de su barbilampiña cara. Su bigote empieza a canear, envejeciendo como antes de tiempo. Con ser tan fiero su aspecto, Carlos es un pedazo de pan. Reserva y parquedad en el hablar Luego más comunicativo: 
En Morelos no hay mucho que ver, una pequeña colonia. A un lado viven unas pobres gente; al otro, una franja más turística, con un muelle y una hilera de edificios recién acabados, en manos de extranjeros.
Una vez que el taxista se ha hecho una idea de lo que pretendemos con nuestra excursión, se sitúa en nuestra perspectiva. Si quieren les doy una vuelta por el poblado, y luego les acerco, les dejo en la playa. El recorrido lo hace lentamente para que nos demos cuenta, nos percatemos de la realidad. Yo me acuerdo de la Chanca de Almería de los años 60, suburbio pegado a la Alcazaba, enfrente del puerto donde allí vivían excluidos, marginados, pobres pescadores en chabolas de caña y chapas y trapos: o Las Hurdes, Palomeras Bajas, las Casas del Tío Raimundo de Madrid, las cuevas de La Alberca, barrios y suburbios, despojos hacinados alrededor de los grandes nucleos de sobreexplotación capitalista. 

Puerto Morelos es la otra cara de Cancún, el Méjico de los sin tierra, hacinados en barracas de latón y maderas viejas, hombres y mujeres viviendo de los desperdicios de los grandes trust del turismo mundial, emigrantes, niños de la calle, analfabetos… droga… 

El taxista al saber de nuestras intenciones no se avergüenza de enseñarnos la zona. Él es de Veracruz, pero nos dice que se vino a vivir aquí. Nos enseña su casa, es pequeña. La estoy construyendo poco a poco. Es de cemento y ferralla, sólida, con bloques. La iglesia católica se levanta majestuosa frente al pesebre de este pobre lugar. La iglesia a pesar de ostentar poderío, no tiene calor ni vida, es fría y la cara de sus santos no tienen rasgos mejicanos, no saben lo que es el mengue, ni entienden de cenotes sagrados, ni el sol aparece esplendoroso en sus pinturas como el medallón de escayola de la casa del taxista en el que aparece un indígena cargando en sus hombros un cesto de coloridas frutas tropicales. Carlos nos dice: Los mayas eran capaces de meter su mano en el pecho y arrancarse el corazón y arrojarlo al cenote. Se desangraban para que la vida continuara en nosotros. Cancún en maya significa nido de serpientes, pero eso fue en la antigüedad. Ahora es el mejor destino turístico del Caribe. El otro día vino a nuestro apartamento un chico muy amable con una gran serpiente abrazada a su seno como si fuese su propio hijo. 

En  Morelos hay también dos iglesias pentecostales, pero su diseño y construcción no difiere mucho de las casas a ellas apegadas. Se anuncian con eslóganes religiosos, con letras en colores de la bandera mejicana. La iglesia católica, está aislada, sola en una gran plaza de jardines, como no queriendo contaminarse con las impurezas de su entorno, tiene miedo a las serpientes del diablo, toda ella vallada, lejos de los dos grandes manglares que amordazan esta villa. Debo tomarme la pastilla. No tenemos agua. El agua no se puede beber, está contaminada, huele a fango. Un niño sale de una tienducha con una garrafa de 25 litros de agua envasada sobre sus escuálidos hombros. Quedamos con Carlos que luego a eso de la una y media nos recoja en el mercado de techos de paja que está ya en la otra zona más residencial de Morelos donde viven los extranjeros. El mercado se llama Tatich, Galería de Artesanías. Entramos en una tienda que regentan dos argentinos jóvenes: Juan y Alejandra. Con ellos hablamos un rato de este pueblo profundo, sufrido, de astrólogos, inteligente. Compro una botella de agua, me tomo la pastilla para la tensión. Seguimos hablando. Nos cuentan que por el camino blanco, los antecesores de estas gentes, ya transportaban troncos de árboles por un teleférico desde las montañas al mar. Los dos jóvenes tienen una furgoneta, han salido de la Argentina. Llevan un tiempo regentando esta pequeña tienda, pero son nómadas como también lo es su filosofía. Salieron de la Patagonia y piensan seguir su peregrinaje hasta Cuba, y luego tal vez lleguen a Galicia. Se ofrecen en llevarnos, al hotel luego a la tarde, cuando cierren su tienda. Se lo agradecemos. De pronto se desata otra gran tormenta. Nos refugiamos en el templo de los pensionistas. Dos horas protegidos aquí mientras llueve a cántaros. A la hora convenida, Carlos Guillén con su taxi nº 72, al que ha puesto en el suelo unos cartones para protegerlo del barro, nos espera en el Mercado. Terminamos de pagar dos tumbonas de redes, para llevarnos de recuerdo. 

Al llegar al hotel, los conocidos nos dicen: ¿Qué tal la excursión? Les contamos algo de lo visto. ¿Para eso merecía la pena venir a Cancún? Les respondo: Es que Morelos es otra cosa.

1 comentario:

  1. Siempre hay un envés y, como agudo escritor, sabes verlo. Todo Cancún tiene su Morelos. Por cierto ¿que haces tan lejos? Un abrazo.

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