lunes, 19 de diciembre de 2022

Dulce algunzaera



Hay árboles serios, filosóficos, altaneros. Los hay también generosos, divertidos y románticos. El árbol que tengo frente a la ventana de mi casa es un pino. Tiene todas las virtudes que la naturaleza guarda en su inmaculado vientre-bosque-semilla de tesoros sin nombres: humilde altura, recta estructura, dulce algunzaera, raíces cimentadas en el silencio argumental de su ética irrebatible, sueño perenne tras la luz celeste de caminos siderales y nobles. Plantado está justo al horizonte de la Europa donde vivo. Un árbol alegre, frondoso y recio. Canto de chicharras, nido de tórtolas y gorriones, resina medicinal para mis ojos enfermos de mirada corta y esquiva. Su solaz sombra alumbra la parte oscura de mis andares patizambos; sus ramas son columpio de jubilosas mariposas, voces infantiles al resguardo de vientos encrespados; su tronco fuerte dique de olas amenazantes, empeñadas en desequilibrar inútilmente su estabilidad probada. Hasta las ardillas oriundas de los montes más lejanos vienen a su regazo en busca de su alimento solidario.

Y es tan hermoso el pino que todos los años lo engalano por estas fiestas con mis mejores regalos para que siga siempre creciendo y festoneando de colores el atrio de este mundo que habito y vivo. Estamos en vísperas de navidad. Esta mañana, me dispongo a vestir el árbol. Y para mi sorpresa me encuentro al pino derrumbado en medio de una artillería fratricida y sin sentido. Veo que sus hojas han pasado del ayer inteligente verde y colmado de piñas y esperanzas, al torpe y mustio amarillo de un hoy desnutrido y desanimado. Desde el pasado febrero, casi un año, andaba el pino cada vez más triste. El corcho frágil de su sensible corteza empezó a supurar por sus hendrijas jugo cruento, sangre caliente, savia virgen de inocentes criaturas acribilladas por una guerra. Sus piñones caían como gusanos hambrientos; de sus manos colgaban cráneos obtusos, jibarizados, fuegos interesados alimentando una pelea absurda de gallos apostando a la bolsa en Wall Street, en Moscú o en la Conchinchina.

Me acerco al árbol tratando de consolarlo. El árbol me recibe desangrado con las venas abiertas de sus brazos extendidos en el suelo. Se ha quitado la vida en protesta por no poder seguir siendo dulce algunzaera para niños jugando bajo la música sonriente de sus villancicos.

1 comentario:

  1. Ah! que triste (pero que realmente posible) que un árbol tenga que acabar así. Sursum corda, Juan, no vaya a ser que la vejez nos vuelva nostálgicos. Feliz navidad.

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