miércoles, 2 de noviembre de 2022

Yo era Gregor Samsa



¿Quién no ha soñado alguna vez con una ciudad en la que no ha estado nunca?

A mí me pasa muy a menudo con Praga. Me desenvuelvo y conozco esta ciudad como la palma de mi mano. De esta ciudad guardo buenos amigos. No olvidaré lo que un día, me dijo Vaclav Havel en uno de mis sueños, cuando fui a verlo a la cárcel de san Wenceslao, en el corazón mismo de la Plaza Carlos: Aquí en la prisión me siento libre. Escribiendo encuentro sentido a la vida. Otra de las personas con quien con frecuencia veo también, cuando visito Praga, es Franz Kafka. Recuerdo que la última vez que estuve con él, estaba consolando a una niña que había perdido su muñeca: Tu muñeca, pequeña, se ha ido de viaje. No llores, ya verás, mañana, recibirás una carta suya.

O como en aquella otra ocasión. Estábamos en pleno invierno. Yo iba camino del Ayuntamiento a regular mi onírica estancia en dicha ciudad. De pronto empezó a diluviar a cántaros. Y como generalmente mis sueños siempre me sorprenden estando a cubierto y tranquilo en la cama, iba yo desprovisto de sombrilla alguna con la que protegerme. El estirado padre de Kafka regentaba cerca de la plaza de la Ciudad Vieja una tienda de ropa, en la que además vendían sombreros, bastones, chubasqueros. Allí mismo, me compré un paraguas. Después pregunté por Franz. Su padre me dijo que su hijo hacía un momento que había salido a dar una vuelta con su buen amigo Max Brod, que no sabía cuándo regresaría, que a lo mejor nunca. A este hijo mío le cuesta Dios y ayuda aguantar detrás de un mostrador de telas. Nada más me descuido, desaparece como el Guadiana.

Al salir de la tienda de telas del señor Herman, continuaba lloviendo. Abrí el paraguas y de entre sus pliegues vi saltar el escarabajo de Gregor Samsa. Y no fue esto lo peor y más desagradable, ver una cucaracha correr y dar saltos alrededor de mí como si yo fuera la propia mierda de la que se alimentaba, no. Me detuve delante de ella, quise aplastarla. Antes la fulminé con la mirada. Pero el que se asustó fui yo al verme retratado en los ojos de aquel horrible insecto. Yo era Gregor Samsa.

Desde entonces tengo prohibido a Morfeo que me haga soñar con Praga.

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