lunes, 7 de noviembre de 2022

En busca de la verdad de las letras del Nombre


En las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'

Luis Borges. El Golem

Me acuerdo de mis tiempos de estudiante. La azorada inquietud por entender lo que me decían las palabras me incitaba a buscar en el diccionario la esencia perfumada, (eso yo pensaba), que dentro de ellas habría. En un principio fueron términos picarones los que me empujaron a buscar la definición de las cosas. Por aquel entonces yo no sabía nada de vulvas, penes y gametos, de setas y demás complejos. Satisfacer sólo quería mi natural instinto. No tuve éxito, dada la brevedad y esquematismo de aquellos vocabularios de bolsillo. Recurrí por tanto a otros libracos más eruditos y específicos, al Espasa, al Larousse, a la enciclopedia Germánica… También fue en vano. Así que probé con el María Moliner, pues siendo esta bibliotecaria mujer, creí, tal vez, que sería más comprensible con las núbiles ganas del saber encriptado que se me negaba. Pero tampoco.

Más tarde, más joven, en mi edad de bronce, cuando conceptos inteligibles, (como Dios, el tiempo, el alma, o las estrellas del cielo), se resistían a mi corta razón, al igual que se resiste el día en medio de la noche más oscura, cual zorro hambriento por el desierto del Sahara, rebusqué por todas las bibliotecas del mundo un atisbo de luz. Devoto y confiado visité la de Nínive, hasta me colé en la biblioteca oculta del Vaticano a cuyos archivos sólo tienen acceso los papas… Las cirílicas explicaciones de estos santos incunables tampoco consiguieron del todo satisfacer mis ansias. Con todo debo confesar que sólo con buscar en el listado interminable de todos los nombres creados la primera letra de la palabra cuyo significado no entendía, ya mis glándulas se activaban, discendas y muy interesadas, cual las de mi perro babeante, nada más acercarle yo una tibia rellena de ternera. Y cuando mi mente y con ella mi nesciencia, parecía, (sólo parecía), trastocarse en sapiencia divina, gracias a la docta aclaración de aquellos libros sagrados, enseguida de nuevo volvía a emborronarse la verdad de los nombres que yo trataba de asir esperanzado. Un muñeco de trapo, un reloj sin cuerda, un dios de barro, letras escritas en el agua eran las voces que yo siempre oía, por más vocablos y páginas pontificales y rabínicas que pasaran mis dedos hurgadores por todos los revelados diccionarios del mundo.

Ha pasado de aquello muchos años. Y hoy con aventajar Google, la Encarta y la Wikipedia a cualquier diccionario de los de antes, a los que yo acudía dispuesto a calmar aquella mi delirante sed de conocimiento, sigo sin comprender que en las letras de 'rosa' está la rosa, y que todas las aguas del Nilo están en la palabra 'Nilo'. Y aunque parezca increíble y contradictorio, el automatismo, la inmediatez con la cual los servidores virtuales me abastecen hoy con esa voz tan suya, metalizada, impersonal e instantánea, no endulzan mis tragaderas igual que cuando yo era joven, su acelerada rapidez ahogan el presente. Y me atrevería a decir que los podcasts de ahora, o como demonios se llamen esas escuchas llenas de consonantes impronunciables, sus explicaciones llegan a mis entendederas peor que antes, pues apenas siento placer en sus respuestas. Al menos, cuando era adolescente, el tiempo que tardaba en rebuscar en el diccionario las perlas escondidas de los términos que anhelaba, tiempo tenía para poner yo de mi parte imaginación e ingenio en las palabras que se resistían a mi entendimiento. 

Hoy no es lo mismo. Será que soy un viejo nostálgico, o tal vez esté, igual que cuando era estudiante, en ese momento en que la espera es la antesala ideal y necesaria para degustar feliz y sosegado la verdad desconocida del Nombre de las cosas.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Luis Borges. El Golem

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