sábado, 29 de octubre de 2022

Madre mía tan bella y perdida


La siguiente conversación auto-fingida (entre una hija y su madre), escrita en estos días de los muertos, quizá se deba a que acabo de leer El paseo repentino de Vila-Matas, cuento, según este autor, el más interesante de su libro Hijos sin hijos. Y no es que el tema de la paternidad me preocupe mucho o poco, que me preocupa, y muy mucho, como debería preocuparme también el saber que, al fin y al cabo, todos somos hijos de un padre, o como en este caso, de una madre, aunque nuestros progenitores duerman ya el sueño eterno. Oh mia patria si bella e perduta. (Nabucco. Verdi).

La hija ve a la madre muy convencida y firme en sus ideas y tradiciones:
Madre, tú estás tan segura de todo…
La madre mira con desdén a la hija, como si esta fuese una estúpida:
Yo no estoy segura de nada. Dudo de mis huesos que apenas me sostienen, dudo de mi alma y del dios que la creara, dudo hasta del sol que me alumbra. Su luz es ya tan débil para mi vista cansada… ¿No ves que no puedo andar? ¡Hija, acércame ya de una vez el bastón y llévame al balcón a ver los geranios!
La hija, como siempre, al pié del cañón, coge con delicadeza a la madre del brazo. La madre no para de hablar. Se lamenta:
¿Verdad, hija, que soy engreída y mala?
¡Qué va! Lo que tienes es mucho carácter.
Cuando me muera y me presente allá en el Juicio Final, no sé lo que va a ser de mí. ¡La libreta de mi vida está llena de borrones!
La madre para de hablar. Y este parón se le hace interminable a la hija, como si la madre se dispusiera a traspasar ya el umbral del tiempo. Al rato la hija rompe el frío cristal del mortal silencio que consume a las dos mujeres como agua en un cazo puesto a fuego lento:
Un poco dura, madre, sí que eres. Irónica, susceptible, diría yo.
¿Y eso que quiere decir?
Nada. Como si estuvieras siempre por encima de todo el mundo, dispuesta a no reconocer que tú también eres parte de la vulgaridad y de las limitaciones que nos definen al resto de la familia. Pero no te preocupes, eso sólo es una manera de expresar tus sentimientos. Tú eres así, y ya está. O sea, que no te tomo en cuenta las veces que me has dicho que soy una perfecta imbécil, incapaz de memorizar y cantar una canción como Dios manda, que no sé freír un huevo con puntillas como a ti te gustan, que no sé, que no sé…
Tratando de consolar a la madre de su congoja, a la hija se le ha olvidado acercarle el cayado.
¿No pensarás quedarte ahí parada, hecha una inútil toda la vida, sin acercarme el bastón?
La hija está harta de las maneras de su madre, de su senil egoísmo, siempre tirándole chinas con su cara increpadora y larga.
Eso es lo que soy para ti: una carga. ¡Con lo que yo he hecho por vosotros!
La madre en su delirio, lo mismo se muestra intransigente que tierna y desvalida:
Hija, no te mueras, ¿qué sería entonces de mí? ¡Te quiero tanto!
La madre esta noche, también se acuesta llorando. Su culpa le aprisiona el alma por la que le escurre el llanto como un regato reseco y arrepentido de bregar por riscos y cañaverales. Más aliviada ahora, apenas le da tiempo a decir a la hija:
El viernes que viene es primero de mes y vendrá don Francisco a confesarme.

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