martes, 4 de octubre de 2022

Pan bendito



Vienes a Azulada cada quince días para pasar los fines de semana con tu madre. Antes ella, mujer todo terreno, estaba más entera, te regalaba el oído con sus chascarrillos picarones: A la tía Cachisporra / le he visto el culo / no he visto chimenea / que eche más humo. Rejuvenecía su alma con cantos de vendimia: De vendimias venimos no traemos nada: / los amigos del vino ¡que beban agua! Refrescaba viejos amores con sus recuerdos: Yo me enamoré de noche / y la luna me engañó, / otra vez que me enamore / será de día y con sol.

Ahora, apenas canta. Sus palabras son más escasas, pero no menos profundas y sentidas. Sabia esfinge, desde su sillón orejero te dice: Hijo, estoy medio muerta y medio viva. Le preguntas: ¿Qué quieres decir con eso? Morboso e irónico insistes con tu mirada inquisitiva como si no hubieses entendido nada. Ella no te contesta. Y le respondes con aquellos versos que ella misma te enseñara de pequeño: Si no me quieres hablar / con los ojos hazme señas / que en algunas ocasiones / los ojos sirven de lengua. Silencio inteligente a mi necia insistencia. A esto, llega una vecina. Le trae un pan bendito adornado con espigas florecidas de trigo santo, tarta de velas encendidas, prometedoras. Vuestra conversación queda rota. Tú te quedas con la escena de un partido de fútbol en el que dos equipos se juegan la vida y la muerte en una gran final. El árbitro detiene el juego por un momento, hasta que la vecina por fin se despide. Madre e hijo reanudáis vuestra conversación.

Hoy hace día. /Mañana la Candelaria/ Y el tercero san Blas. Sigues sin entender. Madre continúa: Si la Candelaria plora, / el invierno fora. / Y si no plora, / ni dentro ni fora. Ella comenta que las noches no las pasa bien, que se desvela, que a su cabeza vienen los más horribles pensamientos. Madre llora casi todas las noches. Le cuesta trabajo irse a dormir. Relaciona el acostarse con su enterramiento. Las sábanas-sudario. Los largueros de la cama, son las tablas de su ataúd. Tu madre no se cansa de repetir que ya no tiene sentido su vida; ¡Qué hago yo aquí, soy un pasmarote! Preferiría estar muerta. Cuando llega la noche veo muy cerca mi final.

El entorno de tu madre parece forjado en hierro. Su vista se clava en las cosas como si sus ojos fuesen garfios apoderándose de los objetos de la habitación. Sus ojos son un anzuelo del que atrapados quedan todos los peces que nadan en el oscuro mar de su vida. Su sordera, su inexpresividad, su torpeza, su agotamiento la tienen como emparedada. Sólo sus pequeños ojos quedan libres, sin querer dejarse fundir por la forja inerte de las cosas. A tu madre, de pequeña, como a cualquier chiquilla, le gustaría vestirse de largo, con anchurosos trajes de colores sacados del baúl de la abuela. Daría vueltas de gozo alrededor de su grácil cintura para ver las volandas de las flores de sus vistosos ropajes. Satélite feliz alrededor de su estrella preferida. Los refajos de puntillas cortarían el aire saltando chispas de energía feliz ante un mundo de formas nuevas y juveniles, impulso vital, natural expansión, arremolinamiento florido y permanente. 

Para tu madre la tierra, de pronto, deja de moverse alrededor del sol. Ya no más alboradas, ni ocasos, ni mediodías. El pan bendito de tu madre listo está para ser degustado por las fauces dulces o amargas de su incierto destino.

1 comentario:

  1. Juan, cuando se publique tu ultimolibro, avisa porfa. Te recuerdo tambien que estabas terminando uno cuando te vi la ultima vez, pasamelo.

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