jueves, 8 de septiembre de 2022

Un perfecto cabrón


Estoy leyendo Viaje al fin de la noche. Celine es un escritor maldito, siempre mordaz y deslenguado, hábil evocador de la inmundicia humana, de la depredación, testigo fiel de las alcantarillas de la gran ciudad, de la hipocresía, de la prostitución, del masoquismo, la explotación, de la esclavitud. Proletarios convertidos en una tuerca más de la máquina de la que dependen y con la que se confunden los asalariados. Sus descripciones, pintarrajos desgarrados en los que el destino se ensaña con los más desfavorecidos:
Os lo aseguro, buenas y pobres gentes, gilipollas, infelices, baqueteados por la vida, desollados, siempre empapados en sudor, os aviso, cuando a los grandes de este mundo les da por amaros, es que van a convertiros en carne de cañón.
Y nada más pasar la primera hoja del libro: Ah, te quiero Jules, tanto que me jalaría tu mierda, aunque hiciese chorizos así de grandes. Palabras dichas por el marido a su mujer, mientras copulaban, no sin antes haberse excitados ambos maltratando injustamente a su hija de diez años, me muestran al escritor sucio, capaz de revelarme las contradicciones del ser humano. Y es que a través de la inmundicia percibo más nítidamente la pulcritud, la inocencia de la naturaleza y del ser humano. Reconozco que su obra es sombría, poco estimulante, polémica y confusa, llena de enemigos, pero, ¿qué queréis que os diga? Su lectura me resulta gratificante, reparadora. ¿Estoy de atar? ¡Tal vez sí! Su antisemitismo (los judíos, racialmente, son monstruos, seres híbridos, malhechos, bastardos gangrenosos que deben desaparecer), no tiene justificación alguna, pero me cuesta trabajo no reconocer su valía literaria. Puede que efectivamente Celine fuera un ser despreciable por su judeofobia manifiesta, pero ¿acaso los cristianos durante bastantes años no sentimos por los judíos ese mismo odio?

Confieso estar dividido: por un lado la persona, el proceder de Celine, y por el otro, el autor, su obra, la calidad. No estoy de acuerdo con su vacío y desencanto; pero su provocador y original estilo, surgido de un profundo conocimiento de la condición humana, me encanta. Y ese es mi problema, ser seducido por la belleza elegante y nauseabunda, la cruda verdad que desprenden sus mórbidas letras. ¿Puede un buen abogado defender por acoso a una chica, y al mismo tiempo maltratar a la mujer con quien se acuesta cada noche? ¿Puede Mbappé jugar al fútbol como los dioses, y reírse a la vez del cambio climático? ¿Puede un cirujano, salvar vidas a diario en el quirófano, y tumbar a su vecino de un guantazo por no cederle el paso en el ascensor? ¿Puede una administración no topar los precios de la cesta de la compra y permitir que crezcan como setas los millonarios en nuestro país, mientras un buen porcentaje de las familias las pasa canutas? ¿Demagogia? ¿Populismo? Contradicciones del sistema. ¡Ay cómo odio esta palabra bajo cuyo amparo escondo yo también mi cobardía!

Ferdinand tampoco es un pacifista por querer librarse de una guerra. Bastante tiene él con la guerra que lleva dentro para alistarse a otra. Toda guerra es un sinsentido. No hay razón para estar en ninguno de los dos bandos.

Allá en su día (enero del 2011), el alcalde de París un tal Bertrand Delanoe, con motivo de no homenajear a Celine en su 50 aniversario de su muerte, zanjó el tema: Céline fue un excelente escritor pero también un perfecto cabrón. Tal vez, de haber sido Celine galardonado en aquella ocasión, si por entonces aún hubiera estado vivo, podría haberse costeado un viaje a Venecia: En mi juventud fui con frecuencia a Venecia, mi joven amigo... ¡Pues sí! Se muere de hambre allí igual que en otros sitios... Pero se respira allí un olor a muerte suntuoso, que no es fácil de olvidar después...

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