miércoles, 14 de septiembre de 2022

El ácido corrosivo de los días




De un tiempo a esta parte cada vez me cuesta más acordarme cómo se llaman las cosas. Perder la memoria es la antesala borrosa de la existencia. La señal más cierta de mi declive. El día que mi mente sea una tabla rasa y el monitor (al que me conectaron cuando nací), muestre el latido continuo y plano de mi final parpadeo, dejaré de ser. Vivir es vivir, y vivir es recordar. Y no recordar es morir. Esta mañana me acordé del rocío sobre esa flor cuyo nombre no recordaba. Quise con mis manos hambrientas tocar la inocencia de su alma, beber el rojo de su belleza… No hubo manera. La dulzura y el aroma de su nombre a mi corazón y a mi cabeza no venían. Estuve, no miento, más de tres días intentando dar con su nombre, tres días muerto sin saber nada de ella…hasta que por fin lo conseguí. ¡Rosa! ¡Resucitada rosa! ¡Qué alivio! Hoy tardé tres días en acordarme. Mañana cuatro, la semana que viene cinco… Y así, hasta que no pueda seguir contando, viendo, recordando, viviendo, hasta que las letras de los nombres de todas las cosas se diluyan como el bicarbonato en el agua con limón que a diario tomo para combatir el ácido corrosivo de los días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario