lunes, 19 de septiembre de 2022

Severino Di Giovanni


Un cuerpo exhausto, extenuado por el trabajo, agotado por el hambre y la tisis no apetece más que dormir y morir. No se puede pedir a un cuerpo cansado y consumido que se dedique al estudio, que sienta el encanto del arte: poesía, música, pintura, ni menos que tenga ojos para admirar las infinitas bellezas de la naturaleza. (Severino Di Giovanni)
El texto anterior me lo dio a leer una amiga. Yo no conocía nada de este tal Severino. Sabía de Sacco y Vanzetti, de Proudhon, de León Trotski, pero nada de quien dijera que aquellos que cantan al trabajo como causa noble y redentora son unos hipócritas que en su vida han cogido un pico y una pala. Me informo por tanto en Internet:

Di Giovanni nace en la región italiana de los Abruzos. Su infancia coincide con el final devastador de la primera guerra mundial. Maestro de escuela, tipógrafo y lector de Bakunin y Kropotkin. Viaja a la Argentina. Se convierte en un activo militante anarquista de la línea más dura: El mundo se divide en explotadores y explotados. Se ve envuelto en asaltos a mano armada para conseguir dinero e imprimir sus publicaciones y mantener a familias de presos imbuidos de esas ideas libertarias. La Policía Federal sigue su rastro. En medio de una persecución se produce la muerte de una niña. Tras una fuga vertiginosa finalmente Di Giovanni es detenido. Condenado a muerte. En la madrugada del 1 de Febrero de 1931 es ejecutado en el patio de la Penitenciaría Nacional. Y para mi sorpresa me encuentro con una crónica del mismo Roberto Artl que presenció el fusilamiento de este hombre:
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huida hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte... Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten… Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno.
Y luego de releer el texto de Severino Di Giovanni, le comento a mi amiga que a quienes habría que acusar por embrutecimiento, perversión y mala fe son aquellos que inventaron esa brutal herramienta para reducir a la pobreza material y sobre todo intelectual a ciudadanos corrientes para mejor ellos, sus dueños, hacer su agosto y acampar libremente por sus fueros. Es fácil decir que la responsabilidad última es del individuo. Pero no siempre ello es posible. Siempre me acordaré de uno de los cuentos de Chejov en el que una humilde campesina dice: a los pobres no nos queda más remedio que robar.

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