viernes, 29 de julio de 2022

Hoy ya no es lo mismo



¡Me sentía tan a gusto!

Todo en su sitio estaba. Los cojines bien alisados sobre el sofá. En el jarrón veneciano, las margaritas con agua pintaban de blanco el ángulo del salón oscuro. Las cerillas, junto a las varillas de sándalo sobre el chifonier de caoba. Siempre a punto un par de camisas planchadas. Los libros, sus enseñanzas y respuestas en sus estanterías. Mis apuntes, las facturas, las cartas... cada cosa en su archivador correspondiente. Todo absolutamente controlado. En la pared central del comedor el cuadro La Última Cena de Leonardo da Vinci presidía toda la estancia. Fuera, el mar temblaba suave ante la inmensidad del cielo. Los niños reían en la placeta. Ucrania no era noticia. Putin ni siquiera había nacido. El silencio acogedor de las iglesias me fascinaba. No había leones sueltos por las calles. En las limpias noches de verano me quedaba a dormir tendido sobre los bancos del malecón sin ningún problema. Incluso, cuando con sus uñas de sangre el dolor me acechaba, las lágrimas, que caían de mis ojos color esperanza endulzaban mis heridas.

Pero desde que desvalijaron la casa ya nada fue igual.

Antes..., tras cualquier siniestro, con total prontitud la aseguradora me recompensaba al ciento por uno sobre el valor de mis pertenencias robadas.

Antes..., tras la muerte, un cielo me esperaba, o un infierno, por el que yo nunca temía. Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?

Pero ahora la compañía de seguros dice que ya no responde de mis pérdidas, de mis dudas, de mi credo.

Antes, sudoroso llegaba a mi casa, me quitaba la ropa, cantando me metía en la ducha. Me sentía como nuevo, un resucitado, ¡tan seguro con mi batín y mis zapatillas! Me repantigaba en mi mullido sillón de cuero, y a gusto, muy a gusto, me quedaba frente a la tele viendo mi western preferido, Solo ante el peligro, donde un atractivo y valiente Gary Cooper se enfrentaba a un grupo de forajidos. 

Hoy, ya no es lo mismo.

Desde que desvalijaron mi casa y los señores de la guerra se llevaron aquel cuadro de Da Vinci para hacer blanco con sus disparos, ya nada es como antes. Duermo con las ventanas cerradas. Mis prendas, tiradas sucias por el suelo. Ya no oigo el juego alegre de los niños en la calle Los siete continentes. Tampoco mis lágrimas son de miel. Al otro lado del teléfono, la aseguradora de Dios no me responde. Los leones de la carrera de san Jerónimo, enfrentados andan como el ratón y el gato. Me cortaron la línea, no tengo cobertura. Tampoco puedo decir a mi madre muerta que las margaritas del salón que con tanta fe ella había plantado en mi alma, por los fuertes calores de este verano, también dejaron de florecer.

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