Tomo el íncipit de esta entrada de una novela cuyo título no diré para que nadie sepa de mis lecturas calientes en verano.
Uno de los personajes principales de este libro es un hombre duro, duro de mollera, de armario bien armado, cuadrado de principios. En sus diatribas con su mujer es invencible, siempre sale ganando. De formación y oficio: profesor, conferenciante, matemático de esquemas inamovibles. Ciencias exactas. Es un lumbreras, de axiomas irrefutables, se las sabe todas, o sea es un tonto repelente. Nunca se quiebra ante el vendaval. Un monte sin arbolado, sin emociones, sin verde ni primaveras. Un máquina a piñón fijo. En cambio en las cosas insignificantes, (todo en esta vida, -según su mujer-, está hecho de pequeñas cosas), es un calavera, no da pie con bola, un manazas. A la hora de orinar, por ejemplo nunca tira de la cadena, tampoco retira, después de comer su plato de la mesa. Será porque tampoco lo puso. Eso sí, se come todo lo que le pongan. Sólo un pero: siempre le echa en cara a su mujer que a la comida le falta sal. Sal, la que a él le falta que es un soso –piensa ella. Aunque cuando lo conoció le pareciera un guaperas. Su manera rígida de ser contrasta con su apariencia. Descuidado, dándoselas de profundo, despreocupado de las trivialidades del vulgo. Desmelenado, mal afeitado, nunca lo verás con corbata, siempre desaliñado, con los faldones por fuera.
El otro personaje, no menos principal, puesto que es el que relata la historia que en esta novela se cuenta, es una mujer que a punto está de separarse de este hombre ni fu ni fa. Quiere cambiarlo por otro, un tanto misterioso y poeta que le escribe cosas que a cualquier mujer haría temblar de placer. Y si no lean lo que le dice en una de sus esquelas:
A veces el deseo de ti es tan fuerte que he de masturbarme para seguir viviendo…, me has convertido en un animal rabioso.Esta mujer, es vanidosa, voluble, ella bien lo sabe, pero que nadie le recuerde su ansiedad y sus manías, que te sacaría de cuajo la lengua. Otra de sus obsesiones para quemar sus arrebatos es salir de compras, tirar de tarjeta, cambiar de falda, de blusa, de tocado cada dos por tres, tirarse un montón de horas delante del espejo sin decidirse qué prenda ponerse. Una esquizofrénica, un manojo de nervios. Lo mismo te da un beso pasional sin venir a cuento, que te manda a la mierda a sabiendas y con razón. Es capaz de emocionarse hasta romper a llorar con sólo ver un geranio en flor, o aplaudir hasta el infinito desde el balcón de su casa al escuchar el acordeón del músico emigrante y callejero que ameniza el aburrido e indiferente deambular de los peatones. Aficionada a la dieta macrobiótica, que si gayuba por aquí, polen por allá, lecitina hasta en la sopa y colágeno para cenar, que no sé por qué llamarán a este producto La Justicia, será porque sabe a rancho de condena penitenciaria.
Esta incompatibilidad es lo que unió a esta pareja, pues no es cierto el dicho aquel de tal para cual, que en cosa de amores, los salientes de uno para el otro son entrantes.
Es fácil augurar que entre tanta disparidad, las rencillas de esta pareja sean frecuentes. No sólo me refiero a quién de los dos controla el mando de la tele, sino sobre todo a la hora de hacer el amor, quién se pondrá encima o debajo. Esto dicho así, sin tapujos, es sólo una metáfora, porque en realidad lo que se dice hacer, hacer el amor a conciencia, es sólo una carambola. Y si no aquí traigo otra frase de la narradora de esta novela, para que veáis que no es mentira lo que digo:
Se le veía compartiendo el lecho con su mujer, rozándola por la noche de espaldas al deseo, y luego haciendo el amor entre sueños… y a veces se querían sin quererlo.
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