Esta mañana sales a caminar por la vía verde hasta llegar no sabes a dónde. Ocho horas y un día de marcha, toda una vida. Y hablo de mí en segunda persona. Quiero tomar distancia de mi-yo-pronombre-personal para no verme y verme mejor. Sales –digo–, como quien, juicioso e ignorante, se dirige a la ciudad Esmeralda, ese país inexistente, aun no civilizado, donde todavía las brujas y los magos moran, según cuenta Frank Baum.
Sales –repito–, desprovisto de todo, sin gafas, sin el móvil, sin los audífonos. Sin meta, sin sueños, sin desengaños. Solo y hasta de ti desposeído. Sólo con una caña que a tu paso por el puente del río te regala el cañizar de la ribera. Con ella mides los tiempos de tu andar. Gate, gate, paragate. No piensas en nada, sin distraerte, sin resistencia, sin que nada entre o salga de tu mente vacía, sin pensar en lo que te falta o lo que por recorrer te sobra.
Uno, dos, tres y el ruido de la caña sobre la zahorra muda del sendero. Con el tutor de la caña marcas los cuatro tiempos, las cuatro caras del mundo: norte, sur, este y oeste. Presente, pasado y futuro imperfecto. Gate, gate, paragate. Eres tú el que acompañas a la caña. Ella se siente segura a tu lado, tú también, pero sólo, si al llegar a tu casa, a la plaza del mercado, te desprendes de ella. ¿Quién a la hora de su muerte se apresuraría por llevarse al otro lado morralla alguna?
lunes, 18 de julio de 2022
Gate gate paragate
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