miércoles, 13 de julio de 2022

Adivinanza


Venuseaba yo al amanecer por los alrededores del Puente Viejo de Florencia. Y en esto que me encontré con una mujer dulce, elegante y, por su desnudez, pudorosa. A pesar de su inocencia me hizo un guiño, como diciéndome vente conmigo. Su esbelta figura me abdujo como un agujero negro en medio de un mar verde y tranquilo. Cándida era su mirada, como acervado el deseo que en ese mismo momento afloró en mi corazón. Las caderas bombeadas de esta dama, sus paréntesis ceñidos pendulearon (de péndulo) mis latidos como el mejor reloj de salón que deleita con sus cuartos al César mayor del Gran Ducado.

El ritmo de sus quietos andares me sedujo como al más salido de los mortales. El vuelo de su peinado al aire suelto del perfume de un laurel, las manos sobre su pecho y su pubis púdicos, así como el leve oblicuo del amarillo de sus piernas sobre la concha dorada y fértil donde su esbelta figura posaba, me cautivaron tanto que nublaron mi vista, de tan grande que fue mi afortunado hallazgo.

Y no dejo a vuestro criterio el que me digáis cómo se llama esta mujer pintada, para que no me robéis lo que yo en aquel momento sentí por ella. Aunque, por cierto, sería inútil, -porque repito-, nada más verla se me fue su santo nombre al cielo. Tanta belleza era imposible que cupiera dentro mí limitado fervor.

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