lunes, 27 de junio de 2022

Triste hermosura

 


Cuando esta mañana de madrugada he salido al campo a orinar, me pongo a espiar a la luna. Me la encuentro sangrando, abrazada al ciprés que se levanta guardián y altivo al pie del pozo ciego. Junto a ellos, una nube con forma de tarta de vainilla y nata cubre (o tienta) su timidez. 

La luna al verme se espantó avergonzada, y siguió navegando por las olas apacibles del alba en busca quizá de otro ciprés que le diera consuelo. A voz en grito susurrando le pregunté a la luna por qué lloraba, que se posara en mis brazos que yo la deseaba tanto que mi amor curaría sus heridas y por supuesto también las mías. Antipática la luna desoyó mi ruego. O tal vez no, que lo que más le dolía a la luna era su propia belleza, al no poder detenerse, gozar y compartir con nadie su blanca hermosura. 

Yo no sabía que si la luna detenía su vuelo, caería en picado rompiéndose en mil pedazos, y como las flores cortadas del camino, dejaría de adornar el cielo.

1 comentario:

  1. Juan, gracias por tus escritos. Cuanta belleza y cuánta ternura avisan de que tienes un mundo interior muy rico. Gracias!!!

    ResponderEliminar