domingo, 8 de mayo de 2022

Palabra y pensamiento


Serían las dos y media de la madrugada cuando me desperté y no vi a mi lado a mi mujer. Me levanté, fui al salón y allí estaba ella, sentada en el sofá viendo la tele. Quise decirle que ya era muy tarde, que se viniera conmigo a la cama; pero palabras sin sentido, sílabas mal ordenadas salían de mi boca. En mi cabeza tenía claro lo que quería decir, pero mi vocalización no se ajustaba ni a mi voluntad, ni a mi humor, tampoco a mi pensamiento, y mucho menos a su lingüística debida. Mi pronunciación era inteligible, no sólo a mí, sino también para mi mujer, que empezó a reírse como si yo tratara de gastarle una broma. Ella creería que yo me expresaba a posta e incorrectamente, por pura diversión. Me sentí ridículo al comprobar que mi distorsión prosódica era a mí ajena. Regresé muy humillado y malhumorado a la cama, viendo que no era dueño de mi determinación. Y allí acostado estuve bastante tiempo comprobando que era verdad lo que me pasaba. 

A conciencia y muy decididamente, me puse luego a visualizar en mi cabeza un objeto, por ejemplo, una manzana. Y al instante procuraba traducir la imagen de esta fruta en palabras, esforzándome en emitir en perfecto orden cada una de las sílabas que conformaban dicho vocablo: ¡man-za-na! Pero no era esta palabra la que salía de mi boca, sino otra que no tenía nada que ver con ella. Me puse muy nervioso. ¿Qué será ahora de mí, -exclamé-, si además de sordo, me veo privado del poder de la comunicación? Nada más constatar mi desvarío babélico, y sintiéndome impotente para articular lo que mi mente pretendía, sentí un enorme malestar físico: mareos, retortijones de barriga, respiración acelerada, escalofríos… Con todo no me desanimé y seguí ejercitando mi vocalización, por ver si podía superar lo que tal vez sólo fuera un episodio sin importancia. Había oído yo decir que los tartamudos no se atrancan al cantar, ya que esta actividad está relacionada con sus emociones más profundas. Me puse pues yo también a pensar en algo cercano, emotivo y muy querido: el nombre de mi mujer, el de mis hijos, en la palabra lluvia, madre… Pero tampoco. Por mucho que de viva voz yo me esforzaba, por ejemplo, en decir la palabra cho-co-la-te, las sílabas seguían saliendo de mi boca, igual de mal trabadas e inconexas que antes. 

 Fue entonces cuando mi desesperación tocó fondo. Perdí la razón. Comprendí entonces que hablar no consiste sólo en emitir ordenadamente las palabras, sino en hacer corresponder palabra y pensamiento.


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