sábado, 14 de mayo de 2022

Espinosa Pardo. Historia de un confidente



En todo lo que López Mengual escribe siempre encuentro una bendita ocurrencia, esa dosis de humor fresco, pedagógico e histriónico con el que el mercero y escritor, (como a él le gusta llamarse), acostumbra a rebozar sus leyendas. Y aunque su última novela, Espinosa Pardo Historia de un confidente, pertenezca al más puro estilo endiablado, tampoco está exenta de ese salero suyo tan sugerente:
La mujer bella de Antolín y contradictoriamente fiel.
Su primer trabajo de carpintero fue lijar un ataúd.
Que mal huele la mierda de los comunistas.
Los problemas en Murcia son dos: La sequía y Hernández Ros…
Cuando nos despedimos de la casa, el perro seguía ladrando…
El autor huele a las mil maravillas, sabe cuando una sencilla anécdota o un hecho revelador pueden convertirse en un brillante-texto-plato, fuerte y suculento, para un lector afortunado en busca de emociones trepidantes. Paco tiene bien abiertos los ojos, tanto como su escucha. Siempre diáfano, pegado como un niño boquiabierto a la realidad de las cosas más simples, ¡simples! y, por ello, importantes ineludibles y esenciales a la vida. Es una esponja, una ventana, requisito imprescindible para todo escritor. Desde su mostrador de hilos y dedales, agujas y retales teje de colores epopeyas y fabulaciones de verdad. Suya es la virtud homérica para recrear las que la gente espontáneamente le cuenta, y nos las ofrece, tal cual, con la misma sabiduría popular que les fueron dichas:

        Pragmatismo, decía el PSOE. Decid mejor: renuncia, 
        gallinas le respondíamos nosotros.

Este es un libro que no pretende ser un documento histórico, es una novela testimonio, según palabras de López Mengual. En ella nos cuenta las andaduras innumerables y contradictorias y complejas, (nada simples, esta vez), de Espinosa Pardo, un hombre, ángel y diablo, frío y tierno, capaz de romper a trallazos el piano de su padre, por abandonar éste a su madre y, al mismo tiempo, ordenar matar a su mejor amigo, Antonio Cubillo. El mismo José Luís Espinosa nos dice, asumiendo su personalidad desquiciada, o tratando más bien de disculparse: 
Si en uno de los dos platos de una balanza colocásemos a los que han muerto por mi culpa y, en el otro, a los que mi intervención les ha evitado morir, la diferencia sería brutal. Aunque nadie lo crea, he ahorrado mucho dolor. 
López Mengual se interesa por esos personajes, vencedores de duras batallas, pero que acaban siempre perdiéndolas: Evito en lo posible las figuras planas. Me atraen los malos que en un momento dado realizan una buena acción. Para este escritor la realidad es la mejor ficción. Y la vida inverosímil, de película, de un sindicalista y sicario, matón y socialista, agente de seguridad, soplón y revolucionario, convencido que la justicia acabará por implantarse en el mundo… ¿acaso no es una ficción como una catedral? La verdad, lo que aquel hombre contó en pocos minutos me resultó una historia tan fantasiosa que la creí falsa.

Mientras leía Espinosa Pardo quise abstenerme de cualquier consideración política. Dejarme llevar sólo por la curiosidad literaria, apartándome de las distintas opciones estratégicas que durante la transición, momento histórico en el que la novela transcurre, se debatían en aquel tiempo: Socialismo o comunismo; ruptura o reforma; lucha armada, guerra de guerrillas… ¿Fue realmente modélica nuestra transición tan cacareada? La tragedia de la política representada en un escenario cuyos protagonistas son unos trepas, unos mangantes, o una cofradía de nostálgicos desengañados, no me interesa. Me quedo con la pasión, la combatividad generosa de tantos militantes, descalzos y sin alforjas, que hicieron posible la democracia en nuestro país. Y si acaso escritores memoristas y de buen cuño, como López Mengual, nos traen al recuerdo conductas tan bien explicitadas, vergonzosas e incoherentes, como las de unos contestatarios, izquierdistas o republicanos que por la mañana rinden pleitesía al Rey Borbón, almuerzan al mediodía con Fidel Castro o con Gadafi, y por la tarde asisten al velatorio de Sánchez Bravo, paisano nuestro y ejecutado por Franco, bien venidos sean, si contribuyen con sus ejemplarizantes letras a fomentar la honradez, no ya política, sino sobre todo humana de aquellos que nos gobiernan.

Y volviendo a la catadura literaria del libro Espinosa Pardo subrayo su originalidad en sintonizar el tiempo real del que escribe con el tiempo en el que transcurre la historia que se cuenta, dando así lugar a lo que entiendo por metanovela, ese recurso innovador en el que López Mengual, a modo de cameo, se cuela en su propia novela, dándonos a conocer el proceso que le llevó a la construcción de su libro.

Otro recurso literario, o nemotécnico, de Mengual para que lectores como yo, no muy dados al historicismo, no nos perdamos entre la vasta trama de las cloacas del Estado, es establecer pilares, puntos de apoyo, alusiones circulares, por ejemplo, a los Grapos de Benidorm, al comisario Conesa, al periodista García Cruz, al alcalde Vivas de Molina, al diputado Bordes Vila, a Felipe González y su coro del restaurante del Puente Viejo… Y por mucho que se repitan estos hitos, son muy de agradecer, cual esa puerta que se abre infinidad de veces, extendiendo el ángulo de su luz y visión, cual una música, siempre la misma, pero diversificando y mejorando su melodía, elevándose sobre su propio epicentro, como esas muñecas rusas que conforme vamos destapando aparecen más grandes y hermosas.

Por último, constatar el sano oficio de López Mengual de relacionar su relato con otras obras célebres de la literatura universal o con las mejores cintas del cine clásico. Y así revistiendo sus historias con el mismo halo que aquellas que menciona, las convierte en leyendas incorruptibles y eternas, pero sin alardear de escritor, pues como él mismo dice con sabia modestia: ese es un traje que me queda demasiado grande.

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