viernes, 11 de febrero de 2022

Dónde estás que no te veo



... y además, en Ulthar había quienes habían visto las huellas de los dioses. (En busca del sol poniente. Lovecraft)

 

Aquel Dios al que admirabas y adorabas, y sobre todas las cosas amabas ¿dónde se habrá metido? No lo ves por ninguna parte ¿O es que acaso todo fue una ilusión vacía, un espejismo de tu juventud onírica y ardiente, generosa y crédula, idealista y pasajera?

Horas y horas interminables conversabas con él. Todo se lo contabas: tus fracasos, tus aciertos, tus pecados y esperanzas, tus amores… Pero a ti sólo te llegaba su silencio. Tú creías ingenuamente que te oía. Quien calla otorga, te decía don Eulogio, tu maestro espiritual. Y tú insistías, sin llegar a ver jamás su infinita y omnipresente estampa. Nunca dudabas. De nuevo, tu guía del alma: la fe mueve montañas. Seducido por el foco sagrado de su luz radiante, imposible de ser asida, inalcanzable, te empeñabas en tocar inútilmente con tus manos su divino rostro. A punto estuvieron tus confiados dedos en descorrer el velo que cubría su cara, pero sólo alcanzaste ver tu propio ceño fruncido, reflejado en su nula respuesta, en su espantada.

Estuviste mucho tiempo en riguroso silencio, a la espera de su voz, aguardando su aparición milagrosa, queriendo tocar su cuerpo. Te asomabas al alba. Es cierto que cuando lo hacías, sentías esa calma infinita, recién estrenada que toda madrugada ofrece a cualquier mirada por muy ofusca y pobre que sea. Al mediodía, deslumbrado por la verticalidad certera de los rayos de un sol nutriente sobre tus famélicos flancos, colmado te veías por el manjar de sus dádivas fructíferas. Al caer la tarde, cansado te entregabas a sus brazos balsámicos, acogedores. Esperabas que ese Dios en el que creías con todas tus fuerzas, fisioterapeuta divino, masajeara la fatiga de tus huesos derrotados tras la dura jornada. También en la noche, (sobre todo en la noche), ese túnel repleto de sombras, de perros aulladores, acudías sin falta en su busca. Tal vez, (no lo sabes), él estuviera presente en todas las horas del día, desde Laudes hasta Completas, desde el orto hasta el poniente.

Y hoy, al cabo de muchos años, orgulloso le dices a quien nunca vino a verte:

Te juro por Dios, (siento decírtelo), teniendo como tengo la vida, las flores de las habas recién abiertas al cielo azul de la huerta, el aire, el canto de los pájaros, el color encendido del ocaso, el crujir de los cipreses, el murmullo del agua del río, el aroma del romero, el sabor del apio y del hinojo, la mujer que quiero,… la verdad, mi Dios, que no te necesito.

1 comentario:

  1. No puedo estar mas de acuerdo contigo.
    Mejor no se puede expresar esa reflexion.
    Te felicito.Un abrazo.

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