martes, 24 de mayo de 2022

El ladrón del cementerio

 


La tarde en la que se presentó en la Biblioteca de Molina de Segura El ladrón del cementerio le dije a José María López Conesa Leeré tu libro. Y este es el breve apunte, muy personal y a pelo, sin más pretensiones y arreglos, tal cual surgía conforme de un tirón devoraba yo la novela de mi amigo del alma y de tareas literarias, como a él generosamente le gusta llamarme. Tal vez por ello este comentario parezca no ser objetivo e imparcial por la amistad que nos une, pero de ningún modo pretende ser adulador o falso.

Envidio la naturalidad con la que algunos escritores como José María se manejan con los diálogos. No parecen conversaciones contrahechas, impostadas, escritas sobre el papel frío, sino espontáneas, frescas, como sacadas de la realidad natural, coloquial y comunicativa, frutas apetecibles, frases sazonadas recién cogidas del árbol. Llaneza y fluidez literaria.

El escritor deja entrever su sentido más experimentado de la vida: Un hijo es un engorro, aunque no puedes dejar de quererlo. Vivía por voluntad propia en compañía de su mujer. Como si el resto de los maridos viviéramos, José María, encadenados a nuestras parejas. (?)

Y con ese mañana te lo cuento, ese estilo suyo tan clásico, tanto en el narrar como en su describir detallado y concreto que embebe, boca sedienta, que deja al entretenido lector interesado, enganchado al libro. Y en el relato pormenorizado de lo que paso a paso cuenta, Conesa me recuerda a esos grandes narradores de nuestra literatura española, (llámense Quevedo, Lope, Galdós, Unamuno…) que nos sumergen de manera dulce y a la vez ansiosa, curiosa, tranquila, y a veces irónica y trágica, sin calzador alguno, en la trama y lectura que, cual río apacible nos arrastra al mar de la felicidad de las letras, bálsamo, desahogo y paz, o como él mismo dice en el Prólogo, agrado y relax para estos horribles tiempos que nos están sacudiendo.

Al igual que Flaubert, (para quien la palabra era el alma de las cosas), anda López Conesa tras el significado justo de lo que escribe: saneé el frutal a la vez que perdí la salud. Sus palabras selectas (bien elegidas), y con solera. Unas huelen a ilustración, a siglo de oro; otras, a huerta, a campos de La Mancha. Palabras viejas sacadas del carcomido baúl para que se airén y no se corquen: torva idea, voseo, infundios, ventribaja, bebían los vientos, enjarretarse, los ojos le hacían chiribitas, férvido amor, quebrancía, magín, el jazminero y su aroma penetrante y dulzón,…

Y una extrañeza que a la vez me despista y también me encanta: no me explico cómo aparentemente personas buenas, humildes y honradas, (algunos personajes de su novela), pueden convertirse en seres alocados y perversos. A no ser que el autor haya querido dejarnos un velado y profundo mensaje: no somos ni buenos ni malos por entero, sino que estamos hechos de una hermosa y bipolar mezcla: mitad, tierra; y la otra mitad, cielo.

Tanto Amelia (la novia de Cintín, el protagonista de la novela), como su hermana Milagros, (la antagonista), al igual que el mismo Cintín, o el ilustre médico don Diego, personajes todos ellos que en un principio nos dan a entender una cosa, resultarán ser luego lo contrario. Amelia: coqueta y casquivana, acabará siendo la más honrada y buena moza de su novio, enamorada. Así como el propio Cintín, cuerdo, ilusionado y buen estudiante pasará un tiempo hundido, apático y confuso. Lo mismo que el académico doctor, un eminente y servicial profesor de universidad, será condenado como un taimado ladrón de huesos. Los contrastes y las contradicciones son siempre buen alimento y recurso para escribir textos elocuentes, reparadores, ricos en humanidad, psicología, comprensión y conocimiento.

En El ladrón del cementerio, a pesar de sus necrófilos y negros asuntos, priman sobre todo los colores bellos, aromas cautivadores propios de los cuentos con final feliz, alentadores jardines donde en medio de tanta sisca, ogros, dragones y hierba mala, renacen y abundan las flores del bien.

El López Conesa escritor se me ha revelado en su libro tal cual como lo conozco en su vida real. Un hombre, calmo, respetuoso, ponderado, sencillo, culto, sensible, noble y enamorado, de elevados ideales, azote y denuncia del desorden establecido. En definitiva, un ser humano por antonomasia, como su Cintín-emblema, el novio fiel, el hermano agradecido, el compañero querido e inolvidable.


1 comentario:

  1. Amigo Juan: ¡qué grandeza literaria en tu acertada crítica! No se puede hacer mejor. Un abrazo grande, grande y fuerte como eterno y robusto roble.

    ResponderEliminar