viernes, 27 de mayo de 2022

Time out



Quisieras poder decir lo que te pasa: si te tiemblan las manos, si te sudan los pies y los sobacos, si los casi cuarenta grados de esta tarde calcinarán las meninges de tu cerebro, si el hombre aquel repantigado que pasa la siesta en una hamaca bajo el porche de su casa, y que no para de mirarte, estará en paz con su mujer o con hacienda, consigo mismo o con su suegra. Quisieras tú saber si antes de nacer ya existías. Quisieras que te pasara algo en este momento para poder sentirlo, para saber si estás vivo. Prueba sería de este tu vivir feo, incoloro y desvaído. El calor de las cuatro de una tarde de verano te retiene catalépsico. No te zumban los oídos, y los latidos de tu corazón acalorado ni pulsan ni tienen sentido.

Desde donde estás ves pasar por el carril del tío liebre un gato lento, lleva cargado todo el cambio climático sobre su lomo escuálido. A estas horas ni un alma se atrevería a salir a la calle. El sol mantiene sellada todas las puertas y ventanas de la huerta. El gato -alma en pena- se detiene global delante de tus narices, te mira y te dice:
Cuídate, amigo, ponte a la sombra si no quieres morir como los pámpanos del mundo retorcido bajo el que te achicharras.
El gato te mira de nuevo. En sus ojos, no sabes, si ves su muerte o la tuya. Y añade maulando el misino como si sus palabras salieran del pozo de las siete tumbas: 
Lo bonito sería saberte muerto, pero con la esperanza de volver a recobrar el sentido.

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