jueves, 13 de enero de 2022

Un pelo blanco en el bigote


 
No se cansaba de inventarse historias. Él decía que escribía para ahondar en su propio conocimiento. Sólo cuando escribo, -llegó a decir un día- consigo saber quién soy. Pero yo sé que mentía como un bellaco. Más bien se ocultaba en las vidas de otros para evitar encontrase consigo mismo. Lo sé porque yo misma soy un disfraz, una tapadera, una creación suya.

Un día se fijó detenidamente en mí. Debí gustarle cantidad, puesto que se apropió del tono de mi voz, de la expresión de mi mirada, del negro de mis ojos, tomó mi sonrisa, se vistió con la suavidad de mi piel… Me robó hasta aquel anillo de oro que heredé de mi abuela, lo fundió para colocárselo como pendiente en su peluda oreja. Y no contento con haberme robado el físico, los chorizos de la orza, el peinado, mis zapatillas preferidas…, sino que además me estampó de por vida en un borrador de poca monta.

Aquel escritor era más bien un ladrón de existencias ajenas. Una solución podría haber sido denunciarlo por plagio. Pero ¿quién hubiese creído a un insignificante personaje de novela tan ridícula?

Aquella mañana, el escritor, al mirarse frente al espejo, descubrió una cana, (¡la primera en su bigote!). Y tan dado era a inventarse historias, que en aquel pelo blanco vio esa ruta de plata que le llevaría a la casita del bosque donde allí estaría yo esperando a mi creador. Tan enamorado de mí, creí que él estaba, que no dudé en verle aparecer enseguida. ¡Por fin sería rescatada de este texto-jaula de negros renglones! Pero al escritor le horrorizaba envejecer; cogió pues las pinzas, y se quito aquel pelo blanco de su bigote. Arrancada aquella cana, desapareció el camino de mi liberación. Y aquí sigo encerrada en letras tan rancias que no lee ni dios.


No hay comentarios:

Publicar un comentario