lunes, 17 de enero de 2022

La caverna de Saramago



Después de leer cualquier célebre novela constato que todo en ella se reduce a un relato muy simple, y a veces hasta insustancial y anodino; pero no por ello desprovista de interés y significado. La finalidad de la literatura, no consiste sólo en contar, sino sobre todo en cómo se las ingenia el que escribe para transmitirnos lo que cuenta. Más que el ruido y los enredos de lo que leo, es su melodía la que me cautiva.

Es muy fácil contar lo que se ve, cubrir una noticia, relatar un hecho, lo difícil y bonito es conseguir que el lector capte el calor de una mano, el hierático gesto de una orden, la dulce humedad de un beso, el odio de una ingratitud, la calma de la tarde, el desgarre de una pérdida, la soledad de una noche, la claridad de un amanecer. Por supuesto no todo depende del buen hacer del que escribe, sino también de la capacidad de reacción y del estado de ánimo que tenga el lector en ese momento. La belleza literaria puede que exista fuera de mi apreciación personal, pero si no consigue deleitarme, es como si no existiera.

No soy quién para opinar si La caverna de Saramago es una buena novela. Lo único que digo es que su trama es tan sencilla que parece hasta vulgar. Una familia de alfareros ve cómo su oficio carece de futuro, y son absorbidos por un gran centro comercial que irremediablemente devora sus vidas. Al final de la novela, sus principales actores, (Cipriano Algor, Marcial Gacho y Marta), optan por escaparse y huir del devastador influjo del Centro, y así reconstruir sus vidas, alejados de la aburrida e incierta seguridad que el Centro les promete.

No hay más. Entonces, ¿por qué soy capaz de llegar al final del libro? Me identifico con el mensaje de su autor. Sí. Pero, ¿acaso debería congratularme por ello? Para ampliar mi conocimiento y derribar las fronteras de mis centrípetos ángulos de visión y conciencia debiera también simpatizar con aquellos libros e ideas a mí ajenas. Al menos, confrontarlas crítica y juiciosamente con las de mi parecer. Al margen de mi desacuerdo con la manera desenfrenada y consumista que, como sociedad, estamos gestionando la sostenibilidad del planeta, y de coincidir o no con las posiciones de Saramago y sus ideas políticas, lo que más me ha conmovido de su lectura es el alma de sus personajes: su melancolía, su resignación, la limitación de sus esperanzas, su manera de ver la vida, la ternura elemental de sus amores, el instintivo proceder de un perro, la frialdad mercantilista de unos agentes del capital, el vivir sereno, el triste y hondo sentimiento de impotencia ante la inevitable expansión de los tentáculos de un progreso enlatado e impersonal, el envejecimiento, esa carrera inconsciente hacia una sociedad cada vez más anónima y conformista, más inmersa en una soledad más sola…

Un libro para mí es bueno si me hace reír, llorar, identificarme con los gozos, los desamores, las desesperanzas o las expectativas de sus protagonistas. Más me seducen los temores, las alegrías de los personajes de una novela, que su propio hacer azaroso y variopinto. Todo libro en el fondo es una pregunta cuya respuesta debe ser dada, más por el lector, que por quien la formula. Por supuesto yo no tengo la clave de cómo escapar de esta caverna en la que nos vemos como felices prisioneros. Pero sí sé que, tal como vamos, éste no es el camino.



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