domingo, 30 de enero de 2022

La nieve no es blanca


Hace un frío que pela. El mundo vuelve a ser como cuando eras niño. Los cristales de la ventana cubiertos están de escarcha. Con un paño húmedo limpias las costras de hielo que no te dejan ver los tejados amanecidos del pueblo, todos ellos cubiertos de nieve.

Te tomas un café, y más te sabe su calor que su sabroso aroma. Esta mañana, todo huele a antaño. Un recio perfume a olivera quemada inunda todas las estancias de la casa. En la habitación de abajo duerme tu madre. La pobre está muy malica. No habla, no se mueve.

La mujer que la cuida, para que te hagas una idea de lo poco que queda de tu madre, levanta las mantas y te enseña la parte inferior de su cuerpo: cuatros varas unidas en su centro por unas deshuesadas rodillas. Tusojos vagan por las arrugas de su acartonada geografía. Un gran pañal la envuelve casi entera. Y no sé por qué te imaginas a una cigüeña portando un bebé por encima de la Capilla del Fraile, la cumbre más alta de la Sierra Salinas, la que linda con el más allá. Tullida y muda, inmóvil y acuclillada yace en su cama de hierro, parihuela que es a la vez mausoleo, estandarte y trono de la procesión final de esta santa reliquia camino de su santuario.

Sobre el techo resquebrajado de la sala se reflejan sombras de fuego. Tu madre sueña o piensa que anda perdida por barrancos y umbrías. Por la bóveda de una gruta mesolítica ánimas ancestrales aparecen y desaparecen, se apagan, huyen, se encienden y lloran. Tú sólo ves el resplandor avivado de la llama de los ojos nublados de tu madrea que huyen espantados de los fantasmas de la nada.

La nieve sobre los tejados de Azulada no es blanca, tiene el mismo color de la mirada de tu madre. La nieve sobre los tejados de Azulada no es blanca, ni está helada, que quema porque la frente de tu madre está enrojecida por el miedo de la soledad, por la fiebre de su trance. La nieve sobre los tejados de Azulada no es blanca, ni está helada, ni se derrite, ni rezuma gotas de agua como la Cueva del Lagrimal donde tu madre se cree que está encerrada. De ella ya no queda ni una gota de lo que fue su brioso genio y rocío. La nieve sobre los tejados de Azulada no es blanca, es azul, azul como el pueblo que la vio nacer, azul como el cielo que le abre sus puertas.

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