miércoles, 26 de enero de 2022

De cómo perder la razón leyendo a Lovecraft



Leyendo estoy Viajes al otro mundo de Lovecraft. Y tan inmerso me veo en las aventuras oníricas de Adolph Carter, que temo perder la razón. Me veo descolocado, desposeído de mí. Y sin dejar de ser yo, me siento también desdoblado en otros seres que van vagando por espacios siderales. Me descubro a mí mismo convertido en una extraña criatura con alas y zarpas, escamas y hocico, ojos de águila, olfato de can, pies de gamo…, navegando por el vacío de la inconmensurable nada. Me veo aquí y allá, en el pasado y en el futuro. Desatado de toda dimensión, vuelo fuera de cualquier coordenada espacial. Desprovisto de identidad, sin forma, sin envoltura alguna, pero al mismo tiempo fragmentado, revestido de todas las formas posibles. No sé si tengo calor o frío, si he nacido o estoy muerto, soñando o dormido. Es como si mis sentidos tradicionales, (la vista, oído, el tacto,…) fuesen sustituidos, reemplazados por herramientas extrasensoriales más útiles, capaces de captar la realidad ulterior de todo lo que me rodea. Soy ángel y diablo, dueño del bien y del mal. Y aunque este mi nuevo estado, resituado en planos y ángulos inimaginables, sin barreras, ni leyes físicas represoras sea mejor al que antes tuviera, siento un pánico horrible, tiemblo de miedo y angustia.

Tanta es mi confusión que suspendo la lectura. Injusto y desagradecido quiero librarme de estas nuevas oportunidades que mi impresionable conciencia me ofrece. Prefiero seguir siendo esclavo de mis carencias y necesidades. No quiero volverme loco en manos de este escritor, harto de absenta, tan sagaz como caótico, capaz de conducirme a un rincón perdido del cosmos del que regresar ya no pueda. Este escritor sin duda debe ser muy bueno para con su fuerza y realismo, habilidad y persuasión literarias, hacerme atravesar paredes, abrir puertas incólumes, traspasar abismos infinitos, espacios siderales, llegar al límite de esa última línea donde acaba el todo y empieza la nada. La sola posibilidad de verme convertido en un gato, un perro, una lombriz o un elefante… provoca en mí tal espanto que intento escapar de tanto poderío imaginativo. Fantasía asaz abultada se me hace insostenible.

De seguir leyendo, llegaría a sentir yo lo mismo que Adolph Carter, podría ser al mismo tiempo muchas cosas a la vez. Y al igual que la monja bilocada de Franco podría yo estar en Lima resucitando muertos, y también a la misma hora, en el Palacio Real de El Pardo, ayudando al Dictador a firmar penas de muertes contra los republicanos. Cansado de tantas dimensiones infinitas, insospechadas, de tantos abismos ilimitados, hastiado de tantas sensaciones, más allá de las que pudiera experimentar, siento miedo y espanto. Aparto pues mi vista del libro. Puedo incluso admitir que el tiempo no sea algo físico y real, sólo un concepto ideado a mi apaño para entender y organizar mis tareas y responsabilidades, pero de ahí a admitir que todo lo que fue, es y será, existe simultáneamente, me parece muy fuerte, es mucho para las capacidades que me fueron dadas. Si así fuera, la Ciudad de Dios de san Agustín estaría a la vuelta de la esquina y nosotros sus habitantes, seríamos inmortales.

No puedo dejar de ser quien soy. Y al igual que Carter le suplico al sueño que me lleve, que me ayude a encontrar el camino que me devuelva a mi estado primigenio. Este estado de confusión en el que me hallo, ni el más yogui de los iluminados sería capaz de sobrellevar. Y así como el día se convierte en noche, yo no quiero ser un sembrado de muchas variantes, devorado por una plaga de saltamontes y langostas. Quiero, (a pesar de ser un pobre hombre), seguir siendo él mismo que era antes de empezar a leer Viajes al otro mundo.

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