martes, 4 de enero de 2022

El mantón de manila de Isabel la Católica

 


De un tiempo a esta parte sueño hasta en el filo de una cabezada. El sueño aún siendo breve e insignificante deja en mí una larga y profunda huella, un poso enorme, como si para gestarse necesitara un millón de años. Onírico iceberg que asoma tan sólo un poco teniendo escondida su mayor parte.

Tras la comida de ayer, (unas manitas de cerdo en salsa, con su pimienta negra, acompañadas de unas patatas fritas), pronto me ahondé en ese feliz letargo propio de césares y epulones. Soñé que regresaba de no sé dónde. Tal vez viniera del huerto lejano de mi juventud en flor, pues traía yo aires perfumados de seguridad y arrojo, esa manera escénica de encubrir mi falta de adaptación a un mundo hostil por desconocido. Lo que la vida es incapaz de tejer en su momento, el sueño se encarga luego de reconstruir y dar forma a carencias y recuerdos olvidados.

Al entrar en la barbería todos me miraron con amable curiosidad. El local estaba de bote en bote, lleno de clientes. Y lo que en parte debió alegrarme por las ganancias que a mi padre le reportaría aquella dura jornada, me entristeció más bien, por no estar yo allí a su lado, como buen hijo, para ayudarle, bañando barbas, recortando patillas, o simplemente sacudiendo con el cepillo la espalda de pelos de los parroquianos cuando se levantaban del sillón antes de encaminarse con sus caras y cabezas aseadas a sus casas. Deduje que sería sábado, ya tarde. Los hombres del campo regresaban cada quince días al pueblo para aviarse de comida, arreglar asuntos, errar mulas, reparar herramientas, echar una cana al aire, o simplemente ir a cortarse el pelo. Mi padre en ese momento atareado estaba afeitando a uno de los clientes que confiado y dormido resoplaba su rural cansancio frente al filo de una navaja recién vaciada. Vi su cara reflejada en el espejo dándome complacido la bienvenida. Yo quería atravesar cuanto antes aquel salón, el lugar de escarnio de mi padre. Me daba tanta vergüenza verlo enfrascado casi hasta pasada la madrugada, aguantando resuellos y malos olores de vastos labradores, mientras que yo me dedicaba a deshojar la margarita en la capital estudiando para algo grande y de provecho.

Alfonso, el hijo de Virtudes la villenera, esperaba su turno en la larga fila que llegaba hasta la calle emborronada por la noche cerrada. Nada más verme se levantó para saludarme. El Pelao, el hijo del fragüero, también estaba allí, aunque no para afeitarse. Él siempre estaba allí, pero para empaparse del periódico del que no quitaba ojos, se lo bebía hasta rebañar sus letras como si fueran el aceite sobrante de un buen moje de tomate. Al igual que yo me zampaba las manitas de cerdo..., pues él lo mismo. Hasta las esquelas de los muertos del diario Arriba se aprendía de memoria.

Todos estos detalles que cuento, aun siendo relevantes para revestir de realismo mi sueño, no son sustanciales al mismo. Lo realmente importante, la enjundia, el motivo central del sueño, se reduce tan sólo a las pocas palabras que mi vecino Alfonso me abocó como primicia: ¿Sabes que Isabel la Católica estuvo aquí ayer tarde en Azulada y que le regaló a Cristóbal Colón un mantón de Manila?

Nada más regresar del sueño, intento descifrar lo que tales palabras quisieron decirme. No sé si me habló en sorna, en sentido figurado, o tal vez Alfonso se valiera de un artificio literario para darme a entender qué es lo que se traía la reina con aquel navegante apuesto. ¿Acaso la reina Isabel, entre los pliegues del mantón, enviaba a Colón una esquela de amor para verse en algún idílico rincón de esta emblemática ciudad?

Antes de la cabezada, ingenuo de mí, yo nada sabía del romance de Isabel con el intrépido aventurero de islas y corales. Tampoco que eligieran Azulada como escondite para retozarse como amantes bajo el frondoso árbol que hay junto al paseo de la bandera. A la historia de España siempre se le escapan los detalles más sabrosos. Si alguna vez volviera a este mismo sueño, no dejaré de preguntar al Arco de los Reyes Católicos de Azulada qué hay de cierto en todo esto.

1 comentario:

  1. El ensoñar no tiene disciplina, ni gramática, todo te lo deja a medias... que buen relato mi blao blao, o zulada. Te abrazo amigo de ñaos y buen inicio de año. Que tengas salud, lo demas llega solo, o ya se nos fue el tren.

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