miércoles, 15 de diciembre de 2021

Castos y cibernéticos


Quisiera escribir un corto, cuyo título sería Los enamorados cibernéticos.

Antes de ponerme a escribir, advierto a sus protagonistas que lleven mucho cuidado, que no todo lo que deambula por los andurriales oscuros y enmascarados de las redes sociales es trigo limpio, que puede uno, en menos que canta un gallo, salir escaldado, y allá, donde creía que le iban a servir cabrito frito, le dieran, engañado, un gato asado.

Un hipotético hombre, desde la lejanía invisible, enganchado está de una supuesta mujer. Ésta, en el otro extremo del cable de la fibra óptica, colgada hasta las cachas también lo está de quien ella presume ser su anónimo dulcineo. Ambos, desde la contigüidad platónica de la distancia, transitan por internet sin orden ni concierto, en sentido contrario, sin cinturón ni cortafuegos de seguridad... Los enamorados, extásicos online, ajenos son al tiempo, al verano y al invierno. E incluso me atrevería a decir, viéndolos tan atortolados, que el sexo particular de su carnal pareja, escondida allá en la nube de su servidor bidireccional, les importa un bledo. La ley de la gravedad no va con ellos. Son capaces de lanzarse desde la cumbre del salto de la novia, a más de cincuenta metros de altura, sin antivirus alguno, sin temor a desnucarse contra las rocas del río. Perennes son sus hojas, y sus flores, siempre vivas. ¿Qué más da estambres o carpelos si se quieren a matar? 

Sugiero además a los personajes de mi posible cuento que concierten una cita para conocerse mejor, y luego no vengan las madres mías. Pero se niegan a verse las caras. Los dos son muy testarudos. Creen que la realidad emborronaría la belleza idealizada que almacenada tienen en la sesera. A sus almas se le da lo mismo carne que pescado. Ambos se alimentan de las chispas asexuadas que saltan de las ventanas de par en par abiertas del ordenador de sus casas. Con tal de seguir enamorados, prefieren ser ciegos a la verdad. Descartan por tanto concederse una cita lúbrica, fuera de la intimidad virtual donde, a todas horas, el uno del otro extasiado está. ¿Acaso –me dicen–, merece la pena malgastar nuestra vida en un amor vilipendiado tirándonos el uno al otro los trastos a la cabeza? ¡Mejor así como estamos!

Tal vez ellos crean que, consumado el deseo de verse en carne y hueso acostados, la mutua veneración que se tienen se apagaría al momento. Dispuestos están por tanto a la inmolación de no verse nunca en cuerpo real, para así seguir siempre enamorados.

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