jueves, 4 de noviembre de 2021

Gilipollas en el hemiciclo


Hay quienes piensan que no hay mejor manera de colaborar con los posicionamientos de algunos políticos, que interrelacionarse con ellos a base de criticarlos incesantemente. Que hablen bien o mal, lo importante es que hablen de mí, aunque confieso que me gusta que hablen mal porque eso significa que las cosas me van muy bien. (Salvador Dalí). ¿Acaso Isabel Díaz Ayuso estaría hoy compitiendo con Casado, de no haber tenido por parte de los medios un morboso y brutal hostigamiento, (y no menos merecido), por sus maneras estrambóticas y desinhibidas de ejercer su popular liderazgo? Paradojas de la vida: Dejarse vapulear para ganar. Ladran, Sancho, señal que cabalgamos.

En cambio, otros analistas, opinan que ignorar a los políticos, hacerles el vacío, es la mejor estrategia para combatir sus abusos. La misma Ayuso, por ejemplo, ¿estaría ahora haciéndole sombra al presidente del partido popular, si hubiese sido silenciada? ¡Arrímate, Casado, al sol que más calienta! O si no, no haberle encendido la lumbre a mujer tan ávida de poder.

También otros urdidores de la política opinan que, mientras Casado y Ayuso se hacen la guerra, sus contrarios más asegurada tendrán la permanencia en el gobierno.

A mí personalmente no me resulta grato hablar mal de los políticos, nunca los llamaría gilipollas, ni me retaría con ellos a batirme en la calle, pues los necesito como el comer. Decidme pues, si en los presupuestos del estado no viniera reflejada mi pensión ¿cómo podría yo llegar a final de mes? Tal vez por ello debería callarme y no seguir diciendo gilipolleces como la que sigue:
Conozco yo a un político que prometió en su campaña electoral construir un puente sobre el río de un pueblo seco por el que no sólo no pasó nunca ningún río, ni siquiera un tren... La playa más cercana está a más de doscientos kilómetros. Pues eso, el susodicho candidato además de prometer a sus vecinos que, si lo votaban como alcalde, les llevaría el mar hasta la misma puerta de sus casas, que pondría un reloj en la fachada de la estación que no tienen, y que además les garantizaba cuatro cosechas de trigo al año. ¡Sí, cuatro!, ni una más, ni una menos, como cinco son los siete sellos del Apocalipsis.
Pero repito, aunque los políticos se lo merecieran, yo no les daría a beber de su sangre.

 

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