lunes, 1 de noviembre de 2021

Deshabitado


¡Lo que daría por ser un psicólogo, un confesor, un Christian Andersen, o simplemente un taxista! Escribiría historias, anécdotas recogidas de bocas felices y desbordadas que abarrotarían el carro de mi mente deshabitada. Daría alas a mi mocha imaginación truncada ¡Ay cómo quisiera ser hoy pasajero de un crucero por islas paradisíacas y celebrar leyendas de amores entre las espumas de un mar repleto de arrecifes de corales para poder luego escribirlas, y así permanecieran vivas! Scripta manent.

Dentro de mí no hay nada, por eso salgo esta mañana en busca de vistas, tomas exteriores que levanten el ánimo de unos huesos desplomados. Subo al pico más alto de la sierra. Desde allí no diviso la vega, ni el huerto de limoneros, tampoco la hilera de cipreses que protegen mi casa. (¡Y qué manía la mía! Siempre que subo al monte, me gusta mirar hacia abajo y señalar el punto exacto donde habito). Pero una boira de pronto se interpone como un fantasma entre mis ojos ansiosos y la realidad que se me niega. Y al no ver mi casa, deshabitado me siento. La niebla borra también la senda del río, la cañada, el nogal. Y a aquellos dos gatos, Copito y Copita, acurrucados en el canasto de mimbre de la costura del porche de mi vecina, también se los tragó la bruma. La pluma, esta mañana, se me quedó enredada en la telaraña que entre el rosal y el laurel tejió la madrugada. Y siento que al no escribir lo que vivo, que ni existe, ni ha ocurrido.

¡Tantas cosas me impactaron, me sorprendieron, me ilusionaron…! Quedaron silenciadas, marginadas, no nacidas. Dicen que escribir es vivir. Si tuviera que suscribir esta frase lo haría, pero no en su sentido pedante-nostálgico-literario, sino en su sentido más real, ontológico y metafísico.

No sé si debido a mi pereza mental o a la celeridad y premura de la historia, que no me da tiempo a saborear las uvas de mis días. ¿O será que estoy más pendiente, más preocupado, temeroso e hipotecado por el futuro que me espera? Y al hilo de esta palabreja –futuro– noto como que un algoritmo indescifrable se me ha clavado como una espina en la uña, entre mi alma y el cuerpo. Y me acuerdo de la pregunta que ayer me hizo mi nieta:

¿Abuelo, si pudieras, qué cambiarías de tu vida pasada?
Y le contesté:
Hubiese preferido, mi niña, que mejor me preguntaras: ¿Qué cambiarías, abuelo, del futuro que te espera?

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