lunes, 22 de noviembre de 2021

El ritual de la lectura



Estoy solo en casa. No es lo mismo solo, que en soledad. Leo Un milagro en equilibrio de Lucía Etxebarría. En momentos como éste, echo mano de un libro, cualquier libro me vale para apagar la hoguera de este vacío. Se me da igual cualquier lectura. No me importa género, estilo, una carta-diario, un poema, una novela, un Cervantes, un Cortázar... Con tal de que no sea un libro de auto-ayuda, me vale. No quiero ser mejor ni peor de lo que soy. Estoy bien así. Por lo menos, ahora. La parafernalia, el ritual de la propia lectura actúa de sedante frente al tumulto que traigo de la mierda de la calle.

Sentado cómodamente en el sillón. Al caer del cristal transparente de la ventana. De vez en cuando, como los cipreses que alzan sus crestas al cielo, como el pájaro que bebe agua en el espejo de la lluvia recién caída, echo la cabeza hacia atrás para saborear las gotas de tranquilidad que me regala el instante. La tarde pide permiso al tiempo para, poco a poco, cobijarse en la noche. La noche hace lo mismo con el atardecer: insinuarse como una novia ante su amante. Las luces de la casa, todas están apagadas. Sólo el haz blanco del foco apunta como un bisturí quirúrgico sobre la página herida de mi vida, sobre cualquier página, no me importa su número, la fuente ni el tamaño de sus letras, tampoco la textura o el chasquido del papel entre mis dedos distendidos.

El dulce ambiente de silencio, la actitud profunda de este élan vital, a decir de Bergson, que nace de mi interior, es el que se abre paso como instintivo aliento, sin yo apenas darme cuenta. No es tampoco el cuidado decorado de mi habitación, ni la claridad, ni la suave pintura de sus paredes, ni el tic-tac, por repetido, insonoro, compañero y ausente del reloj sobre la mesilla... los que calman y destruyen mis oscuridades y miedos, es el vaciado de la lectura. Cualquier lectura, hace sentirme bien. Corrijo: hace que no me sienta mal. La propia conciencia de sentirse uno bien, crea como un estado de necesidad subconsciente. Necesidad cubierta, sí; pero que, al fin de cuentas, sabe a percepción de carencia.

Y viéndome a mí mismo en situación tan apacible, que no es obra de una determinada lectura, por muy premio planeta que sea, sino que es su liturgia la que me coloca y hace (repito), que me sienta bien y despreocupado, como un reflejo de mí mismo desasido.

Una vez le dije a mi sombra que ella no no era la mía. Pues bien, ahora, digo lo contrario: yo soy esta mi querida sombra, ese agradable destello y aura que en esta tarde, tras su ventana, el ritual de una lectura, al margen de su acertada temática, solacio dulce me proporciona.

2 comentarios:

  1. Non,je ne suis jamais seul avec ma solitude.

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  2. nostalgia mi querido blao, nada retorna, nada vuelve solo el blanco y negro de la memoria que tambien se porta infiel. Abrazo

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