lunes, 13 de septiembre de 2021

La semilla de Onán



Si el amor es ciego, da lo mismo amar a Maritornes, a Beatriz o a Dulcinea, aquella virtuosa dama de sin par y sin igual belleza de la que hablara don Quijote. Y su lascivia no le viene a Onán de unas piernas-cariátide, unas sinuosas caderas, cuello de cisne, labios ardientes, pechos explosivos, piel melocotón… La bodega de la ambrosía del segundo hijo de Judá es su irrefrenable codicia, un amor cortés que pierde aceite, sin más molla ni trasfondo.

No es la voz seductora de Tamara, sus manos de nácar, su mirada transgresora, sus movimientos ondulantes, la soledad in crescendo de una viudez privada de hijos, abocada a la pobreza y al desprecio, la que empuja a Onán a yacer con la mujer de su hermano muerto, hace tan sólo unos días, envenenado por una serpiente; es sólo su propio amor centrípeto, sin recorrido, sin fruto, contrario a la ley del levirato. El donjuán amante de Tamara se resiste a dejar descendencia, a ser la semilla de su hermano. Y como un gato juega con un ratón hasta descuartizarlo, para luego no comérselo y dejarlo abandonado a la voracidad de las hormigas, así Onán se desentiende del eterno femenino de Tamara para congraciarse en sus fatuas berreas de cérvido eunuco, semilla desenterrada, arrojada al cubo de la basura.

¿A quien ama un hombre cuando se enamora de una mujer, sino a sí mismo? A Onán, más que el mutuo placer en sí, lo que le interesa es no dar hijo alguno a Tamara para quedarse con la primogenitura de su difunto hermano.

El amor, aunque parezca que viene de fuera, provocado por la hermosura inocente, limpia y jugosa de la mejor manzana del Edén, en realidad nace del fondo de su egoísmo. Calixto no puede seguir vivo sin el beso de Melibea. Y es que el amor cuando nos revela su grandeza, ya es tarde. Los amantes de Teruel, hace ya la tira de años que ambos de la mano andan sepultados en su Mausoleo.

Y así fue también, tanto Onán como Narciso, que los dos murieron ahogados en las aguas de su propio espejo. (Gn 38.8)

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