martes, 3 de agosto de 2021

Hay libros y libros


Sé que todas las comparaciones son odiosas. Y que todo escrito, cualquiera sea su autoría o su temática tiene su pedigrí, su idiosincrasia. Y lo que para uno es blanco, para otro puede ser negro. La importancia de un libro depende del cristal con el que cada cual lo lee, o también del espejo en el que uno reflejado se ve en lo que allí se cuenta.

Hay libros, que aunque me ilusionan, me divierten, me dicen tantas cosas… Pero no me llevan más allá de lo que dicen. Son en sí tan completos y acabados que me dejan igual que antes. Como esas conferencias que, tras haber dado cuenta el ponente de su magnífica sabiduría, al llegar el turno de preguntas, nadie pide la palabra. El auditorio queda mudo, apabullado. Espanta la elocuencia repleta de tanto brillo que encandila a los presentes. Y al no poder aportar nadie nada de su cosecha, piensa que está de más o que sobra lo que diga, pues todo ya quedó dicho.

La maestra de Educación Infantil le dio a elegir al niño entre una circunferencia y otra igual, a la que sólo le faltaba una pequeña línea para terminar de redondearla. También le dio una ficha donde aparecía una cara con todas sus pertenencias: ojos, cejas, nariz, boca… Y otra, a la que le faltaban los ojos. ¿Cuál de ellas, pensáis vosotros que escogerá el niño?

Hay también otros libros, sin ser tan perfectos y, académicamente, no tan bien escritos, que me resultaron sugerentes, provocadores, abiertos, sin final, espontáneos. Y estimularon de tal manera mi imaginación sutilmente espoleada, que me forzaron, me llevaron a seguir leyendo, subrayando, incluso me impulsaron a escribir a mí también. Al ser tan grande el chorro de pensamientos, insinuaciones, interrogantes… no pude menos, para que mi cabeza no explotara, que sacarlos fuera, como aquel que, tras la tormenta se pone inmediatamente a achicar agua, para no verse desbordado por tal aluvión de agua, y, en mi caso, de ideas, auto alusiones, interrogantes y sugerencias.

La importancia de un libro varía según sea su lector puntual. Depende incluso del estado de ánimo del lector. Libros para el calor y para el frío, para el optimismo y la acedía, para caminar o el reposo... Libros que en otra época pasé de largo, y cuando vuelvo ahora a ellos, me han sabido a gloria.

Y respondiendo a la pregunta de antes: ¿Qué actividad escogería el niño de las sugeridas por su maestra? No lo sé. Pero si yo fuera, elegiría la que me permitiera dar vía libre a mi creatividad. 

Así que nadie se lleve las manos a la cabeza si yo me recreo este verano leyendo Las mil y una noches, ese cuento inacabado, circular e infinito, (según Goytisolo), y que le valió a Sherezade librarse de la muerte a manos de un rey llamado Shariar.

 

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