martes, 13 de julio de 2021

Política, ciencia y compromiso

 


Días pasados, Pablo Iglesias impartió una conferencia telemática en la Universidad Complutense de Madrid, dirigida a un grupo de doctorandos, interesados por la asesoría política. Su clase en concreto tenía como título: Relación entre el sistema mediático y el sistema político. El expresidente de Podemos aparecía por primera vez sin su acostumbrada coleta. Su nuevo corte de pelo le confería como otra personalidad, la suya, la de profesor universitario.

Después de leer algunos términos de su intervención que la prensa hizo públicos, de repente, sin saber por qué, me vino la siguiente pregunta: ¿Es la política una ciencia o un compromiso? Este interrogante no tenía nada que ver con el contenido de su disertación. Además, mi duda rezumaba cierta desilusión y despecho. Estaba viciada de inicio. Me sentí desengañado al deducir, tal vez erróneamente, de algunas frases del interviniente, que la política consiste más bien en una táctica que se aprende en una Facultad ad hoc, lo mismo que lo haría un aprendiz de cerámica en su escuela de artes y oficios.

En ocasiones, debo reconocer, que mis comentarios no se corresponden con lo que ojeo o escucho; de ahí mis desaciertos y prejuicios. Y así mis opiniones, al no ajustarse a la lógica de una correcta interpretación de lo que oigo y veo, se convierten en arrebatos, emociones originadas por la amalgama de unas vibraciones extrañas surgidas tal vez del subconsciente o de experiencias mías pasadas no muy bien asimiladas.

Y seguí preguntándome: ¿Estaré yo anclado en un pasado libertario, tiempos aquellos de mis años jóvenes en los que creía que sólo el pueblo debía ser el agente y motor de las grandes transformaciones históricas?

Tanto Marx como Lenin, ninguno de ellos, trabajó como peón. Cierto. Al contrario, lideraban grupos de influencia. Eran vanguardia y élite. Al fin de cuentas es la burguesía la que lleva a cabo las revoluciones. El pueblo demasiado ocupado está por dar de comer a los suyos. Ni su tiempo ni su conciencia, amañada por los medios y los centros de poder, permite a las clases bajas dedicarse a otras tareas, (reuniones, repartir propaganda, crear comités, reorganizar asambleas, preparar mítines, respaldar huelgas...), que no sean su propia subsistencia. Y recuerdo, al hilo de este asunto, aquel cuento de Chejov, (En el campo). Estefanía, mujer cargada de hijos y de miseria le dice a una señora de clase alta, que a ellos, los pobres, no les queda otra, sino robar.

Hoy como ayer me sigue atormentando la misma vieja contradicción: ver cómo la base, (es el término que empleábamos en mis tiempos pre-revolucionarios), sigue puenteada, instrumentalizada. Burros de carga. ¿A dónde habrán ido a parar aquellos mis ideales de emancipación obrera? Nostalgias de viejo.

Y así, cuando oigo decir a Pablo Iglesias que el sentido común de época se configura en los medios de comunicación y que el trabajo del director de comunicación, de un político es identificar los marcos y cambiarlos o modificarlos para adaptarlos al mensaje que quiere dar el dirigente en cuestión, la política me sabe a mera estrategia. ¿O es que acaso los viejos militantes obreros de ayer, armados de valor y generosidad, (más que de ciencia), no se esforzaban por estar presentes en aquellas instituciones, centros de trabajo, barrios, plataformas, medios que, por su significación, consideraban influyentes para conseguir sus objetivos?

Repito me sentí desengañado, no ya por la persona de Pablo Iglesias, sino por el efecto que sus ideas, revueltas con mis antiguos recuerdos y conclusiones apresuradas, me ocasionaron. Y sentí como si el pueblo se apeara de su viejo protagonismo, claudicara, se desentendiera de su compromiso-palanca para transformar la sociedad, delegando sus competencias en unos técnicos diplomados, futuros doctores.

De todos es sabido el actual cariz conservador de algunos espacios de nuestra sociedad en los que la bestia del apocalipsis parece hacerse un hueco. El mismo Pablo Iglesias dice que los cañones mediáticos del poder son hoy muy fuertes. Recuerdo aquellos viejos militantes que decían que, cuando las condiciones objetivas no eran favorables al cambio, nosotros mismos teníamos que crear esas condiciones, levantarnos en contra del destino determinista de la historia.

Me resisto por tanto a admitir que la acción política sea sólo una fórmula, un algoritmo, como si los cambios de paradigmas dependieran sólo del licenciado de turno, capaz de despejar la equis de una ecuación compleja. No todo en la vida es ciencia. No es que venga yo a decir ahora, como dijera el temible y sanguinario Goebbels, que cuando oigo la palabra inteligencia echo mano a la pistola. La política es cordura, formación, juicio, análisis, estudio… De acuerdo. Pero, sobre todo y además, es conciencia, sensibilidad, sentido de justicia, solidaridad…

De ahí que al escuchar algunos términos de la conferencia de Pablo Iglesias, me viniera la pregunta con la que inicié este comentario: ¿La política es una ciencia o un compromiso?



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