lunes, 19 de julio de 2021

Dolor fusión

 


Se amaban fuertemente. Un mismo dolor les ataba. Como la venda a la herida. Puntos de sutura sobre la carne rajada. Eran un nudo imposible de soltarse. Si la mujer era el llanto; el hombre, el desconsuelo. Ella, la amargura; él, un cristo a su cruz clavado. Los dos, un lazo apretado de luto duelo. Y no era el amor lo que arrastraba a uno a los brazos del otro, era el dolor, un dolor cocido a fuego lento, que fundía el yerro de su debilitada resistencia, para acabar los dos fundidos sobre la parrilla de su propio yacer abatido. Los dos son la misma llaga sangrando a todas horas, hemorragia que cual pila auto recargable se abastece de su interminable tormento.

La pareja había contribuido conjuntamente en aquella involuntaria insensatez que tuvo como desenlace un accidente del que resultó desnucado y parapléjico el hijo. Aquel día, ambos consintieron que el muchacho, aún a pesar de la tormenta, cogiera la moto. A las tres de la tarde de aquel fatídico viernes, tres de abril, la yamaha patinó a causa de la lluvia acumulada en un bache de la carretera que iba al Monte Perdido. Tan sólo con que uno de ellos hubiera dicho: ¡Con el mal tiempo que hace, ni hablar!, aquello no hubiese ocurrido. El hijo no estaría ahora babeando y retorciendo el cuello con sus ojos extraviados como un torpe monigote anclado a su silla de ruedas.

Para librarse de la navaja permanentemente hendida en sus entrañas, pensaron divorciarse. Más difícil hubiera sido entonces, para cada uno de ellos, sobreponerse por separado a su terrible y particular sentimiento. Decidieron, por tanto, aguantar unidos la desgracia, como si el dolor compartido fuese a resultar más liviano.

En la cama unen sus cuerpos, si cabe, con más pasión que antes. El dolor es su yunta. Creían que hacer el amor les reportaría fuerzas para afrontar su cruda realidad. Flor de pasión. Pero cuando los dos, rendidos, terminan de expresarse de mil maneras su ardiente atracción carnal, más desolados y abatidos se hallan. Su tristeza es mayor.

La mujer le dice ahora al hombre:
No hay amor que acabe con nuestro dolor y abatimiento: nos aleja aun más de la felicidad que añoramos.
El hombre, para consolar a su esposa, que no deja de llorar, añade:
De alguna manera, mujer, deberíamos agradecer a esta pena el permanecer juntos en esto. Solos, difícil sería seguir adelante.


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